10.11.08

Imagenes


Hay personas y momentos que al marcharse, dejan tras de sí tatuadas sus imágenes para siempre.

Resulta tan común la imagen del hueco todavía caliente entre las sabanas. Que aunque en esta ocasión no aplique, al menos exactamente porque sólo cobijas en el suelo, la imagen no se pierde del todo, porque de cualquier forma entonces ese hueco tibio al despertar, y las cobijas en el piso, y el Octavo Piso silencioso, ya sin ella.

Creo que entonces, al despertar, le hablé. Creo que la busqué con los ojos cerrados, y que incluso divagué en el techo, apenas recién abrí los ojos; pero no hubo ningún ruido, ninguna respuesta. Había dejado tras de sí sólo sus imágenes.

Entonces me senté en una pequeña banca. Y en silencio recordé su incorporarse nocturno de pasos descalzos. La pensé marchándose por las calles oscuras. Hablando por teléfono a un cualquiera desde la gasolinera de una esquina.

Eso fue todo. No he vuelto a verla, nunca más. Solamente ondulando por allí sus recuerdos, en cualquier sitio y momento. Sobre una silla encontré una papel “Cohen: The god forsakes Anthony”. Resultándome imposible distinguir, desde su pequeña letra, si se trataba de alguna afirmación, o apenas un vestigio de papel escrito en su bolsillo para otra ocasión, en otra circunstancia. No tengo nada que permita descifrar sus claves. Cerrando los ojos intento imaginarla. Y lo logro apenas, por un instante, y sus cejas pobladas, y tal vez uno más de sus múltiples silencios.

Me embutí un café buscando más indicios, pensándola en silencio. Continuaban las fotos regadas en el piso, rodeadas de algunas velas. Las tuve que casi saltar. No había nada más, y al llegar al baño alcancé a pensar que una ducha caliente terminaría por clarificarlo todo. Ilusiones falsas.

Prendí la regadera y me froté el pecho desnudo, impregnado de su olor, y en el espejo mi lengua puntiaguda bordeaba salivosa el dedo meñique. Con los ojos cerrados, ya debajo del chorro ardiente, pensé en su cilíndrico cuerpo macizo, frente al mío, que cerraba los puños carcajeándose. Recordé, en brevedad (y con lentitud), los recorridos de mi ligera huella dactilar sobre su espalda… ¿Qué más se puede hacer con la libertad cuando se obtiene, salvo lamerla toda? Recordé (en lentitud) el calor de sus piernas, por supuesto, algunos minutos, ignoro cuanto tiempo, el muslo frágil y oscuro. Los hombros, así, recordándolos, y su sujetarlos cuidadoso y tambaleante, como si se tratara de unas gotas de mercurio, apenas. No hablaré por ahora del olor de sus axilas rasposas…

La noche anterior, justamente, me había condenado sin remedio a recordarla. Nunca más he vuelto a verla.

Y así, ajeno a todo, distante de todo, ensimismado del todo, flota en mí el sabor salado de su cuello, mientras somnoliento recorro las calles. Y vienen a mí, de pronto esas sus luces, en todo momento, mientras abordo como autómata el subterráneo, al marcharme por las vías oscuras hacia cualquier otro rumbo. Sin ningún remedio.

¿Qué más se puede hacer con la libertad cuando se obtiene, salvo lamerla toda?

1.11.08

Metropolitano Diez

A veces los planes nos agarran con los dedos en la puerta, aunque voluntariosos los abordemos. Se caen de pronto como llovizna pesada, empapándolo todo.
Eso fue lo que le ocurrió a Galeana con la compra del gimnasio Metropolitano Diez de Pepe Castañeda Lince. El Diez estaba allí en San Angel, donde está la mano de Obregón. Yo tuve todo el equipo del Metropolitano Diez. Me vendió todo el equipo, lockers, todo. Pero entonces no sabía en lo que me estaba metiendo.
Lo que pasa es que Pepe Castañeda Lince tenía todo el equipo. El tenía como once gimnasios, todos. Y yo le compré el Metropolitano Diez. El primer Metropolitano que tuvo lo puso aquí en la calle de Tacuba 15. Todavía está el edificio viejo de esos de mármol. Y de allí empezó a poner el Uno, el Dos, el Dos estaba allí en Lopez, ¿sí?, el Tres exactamente no me acuerdo, pero el Cuatro estaba allí en el pueblo de Tacuba, allí en la Mexico Tacuba y Legaria, ¿sí?, el Cinco estaba aquí en Rosales e Ignacio Mariscal, ¿sí?, y los demás no me acuerdo exactamente donde los tenia, pero si tuvo bastantes. El Diez, que era el que yo le compré, lo tenía acá en Miguel Angel de Quevedo e Insurgentes.
Y si…, si tuvo varios. También tuvo el Coloso Metropolitano que estaba en Insurgentes. Tuvo varios. Y de repente me dice, oye, ¡voy a vender este gimnasio!, y ya lo había desarmado y todo, y le digo… yo le doy tanto por él…, y dice, es muy poco…, pues usted vea si le dan más, y un buen día llega y dice, sabes que, ¡te quedas con el gimnasio!, y le digo: ¡Órale!
Porque yo siempre allí estaba. Yo era el que hacia todo. Oye, ya se desoldó esta banca…!y se la soldaba!…, oye, pues se me amoló la llave de tal lavabo… ¡y se la arreglaba! Porque yo a todo eso le hago, ¿sí? Le ayudaba en el mantenimiento del gimnasio y no me pagaba, sino que me dejaba entrenar y no me cobraba, ¿sí?, que al fin y al cabo era lo mismo…, hasta que un día yo agarré y dije ¡voy a ver si pongo mi gimnasio!
Y es justo así como lo exclama. Y lo veo… y veo a Galeana, y veo sus ojos que me conversan. Y su relato, y su decepción, es solamente un acontecimiento más de este arduo sendero de acierto y decepciones. Detengámonos en lo simple. Veamos a los lados. Respiremos lo freso. Galeana, a veces, –descontento—, cruza las calles, hambriento de lo que será, cargando a cuestas tantos relojes y golpes.
Y es que Castañeda Lince tenía trabajadores. Y le decía a su trabajador, mira, voy a vender el gimnasio, ¿lo quieres?, te lo dejo y me lo vas pagando como puedas. Yo creo que él mismo sentía que ya eran muchos gimnasios, y ya no los quiso tener. Yo creo que ha de haber dicho… ya no los quiero, ya son muchos gimnasios, y ya, ya tengo muchos gimnasios. Y los empezó a vender. Muchos los dejaba a crédito como a un señor que se llamaba Carmelo Terrazas. Pero a mí no. Yo le compré al contado el Metropolitano Diez que estaba allí por la mano de Obregón. Pero se lo compré sin sauna.
Al sauna le dieron en la torre porque no lo quitaron desde abajo sino que le metieron serrote. Y ya ve que el sauna lleva unas resistencias alrededor de la madera para calentar ora si que el ambiente, y estos cuates cuando lo quitaron le dieron en la torre cortando todo con segueta. Ósea que eso nada mas servía como para leña. Y fue allí donde yo le dije… oiga usted me está dando tanto en tanto, pero esto y esto no me sirve para nada…, porque él me decía… no, que mira, que el sauna… ¡pero si el sauna lo desgraciaron!, le digo, no sirve, es mas se lo dejo, yo no lo quiero. Entonces yo nada mas le compre todo lo que era lockers, barras olímpicas, como 20 aparatos, todo, le compre todo.
Pero empecé a tener problemas para que alguien me apoyara con eso del inmueble. Y guarde todo allí en San Pablo Xalpa, donde está la Bimbo. Había una nuera de una señora que era amiga mía. Oye, tú tienes mucho espacio, déjame meter aquí las cosas…, si, te cobro mil pesos mensuales…, si, no hay problema. Eran 50 lockers, como 20 aparatos, pesas desde medio kilo hasta olímpicas de 20 kilos, barras, un montón de cosas. Pero seguí teniendo problemas con eso del inmueble, y empecé a hacer cuentas, y me empezó a doler la renta.
Entonces conocí a un cuate, que según es hijo de Javier Solis, y ese cuate me recomendó con uno que quería comprar, y la verdad yo ya había hecho bien las cuentas, todo lo que le había metido, ¿y si le sigo?, y le digo a este cuate dame por las cosas 25, te doy diez, no… 25, ve todo lo que es…, te doy 15, órale, bueno, y se lleva las cosas en un camión que hasta les ayudé a cargar, y ¡aparte me da un cheque sin fondos…!
Entonces voy y le digo, ¿oye que paso?..., no es que ayer me depositaron… pero te hago otro… pero cóbralo hasta tal día, y entonces le digo a un licenciado que conozco… oiga que cree que este cuate ya me dio un cheque sin fondos, dile que si te da otro lo vamos a protestar y allí si le va a ir mal, lo vamos a perjudicar… y eso le dije y rebotó de nuevo, y me trajeron a vuelta y vuelta, pero después me pagó, y allí acabo todo, todo mi sueño de poner mi gimnasio. Pero así pasa. Así a veces no se da.