29.11.09

La calle más ancha

De saber cómo contar la historia sin duda ya estaría escrita. Pero ni palabras tengo, e incluso no sé si pudiera haber algún significado oculto. Pudiera iniciar en esa isla veraniega, sus calles incendiadas, el calor sobre mis hombros, la esquina de Prado y Dragones a un costado del Capitolio. De haberme fotografiado en esa esquina, tendríamos en la mano la filmina de un pelado de no más de uno ochenta, cachete al tiro todo lo que da, mirada perdida y pelo largo, sonrisa apenas burlándose detrás de esa barba ya bastante crecida. Entre la cara y el pecho sudor por todos lados, y una expresión en los ojos como de querer resguardarse, de pinche calorón de los que obligan a colgar los guantes y decir basta.

Más el hecho de tener de inicio a un colega calenturiento no debe confundirse con cachondería cualquiera, sino pensar en un pelado de sobaco incomodo y mojado, de una circunstancia donde buscar sombra es lo imperante, un refugio cualquiera cruzando la calle para ese barbón encasillado en pana, que sin pensarlo se apeñusca en una puerta rojiza, surgiendo en su interior una peluquería, precisamente, el sitio exacto para la trasquilada que refresca.
A esta altura del relato pudiéramos describir la sucesión de sillas reclinadas, el espejo negruzco, o la mirada de pocos amigos de esos 15 peluqueros cubanos. Pero mejor remontémonos meses atrás al estado de Texas, donde ese mismo colega tuvo necesidad de comprar un traje elegantioso para la ocasión. Imagine usted entonces al dependiente tejano, un tipo güero de bota picuda y caminar algo saltarín, que con su diente metálico sugiere desde los trasfondos un inmaculado traje de rancho, longhorn incluido atado al cuello, que se mueve con ritmo de péndulo. El colega, desde su particular regionalismo, pensó que todos se emperifollan al espejo ajustando al cuello una cabeza de vaca con dos hebras.
Algo similar ocurrió en esa peluquería cubana. Ya estando allí, y con el calorón y el sudoroso cuello, lo que amerita es aprovechar el viaje con una cortadita de pelo, una transquiladita, y si acaso el peluquero en turno busca indicaciones generales sobre cómo cortarlo, pues darle manga ancha es lo que impera, como usted quiera colega, soy todo suyo, córtele como le venga en gana, y pues allí justamente fue la anécdota de la tarde.
Anécdota disfrazada de error. Hubiere sido posible rectificarlo en alguna de nuestras peluquerías mexicanas. Pero en Cuba es distinto. En Cuba hay poco control. El cliente en turno no está frente al espejo, sino que la silla se reclina entera con un tronido de palanca, y todo el trabajo se realiza a nivel de cintura, el colega trabaja inclinado, pelo barba, bigote, patillas, todo se realiza a nivel de cintura, y el cliente no controla el proceso al carecer de espejo.
Así las cosas hay una situación de confianza extrema, porque lo único es el resultado final y no hay medios chiles, lo que es peligroso ante los regionalismos culturales mencionados. Porque imagínese usted dar manga ancha al peluquero en pleno Caribe, en una zona donde lo de hoy es el bigote con una clave apenas en la punta, o los lados cortos trasquilados y el mechón levantado, el copete amplio, la greñita atrás, el mullet envidiado por cualquier iniciado, party in the back and business in the front.
Podría seguir dando detalles pero prefiero no continuar. Solo decir que cuando la palanca crujió de nuevo, yo ya no era yo, sino el regettonero en ciernes del Caribe pleno que al espejo se asoma. El bigote y la barba pegada al labio, rayoneada la patilla en pico, el ramillete de pelos desparramados en el cuello, como tratándose del mejor spray. Una confianza calurosa me invadió, y la música en la radio comenzó a sonar distinta. Y cuando salí de ese sitio, caminando calle abajo, no solamente sentí aligerado el calor, sino los pies más ligeros y la calle más ancha.

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24.11.09

Dormir donde sea.

No de casualidad ocurrió en un pueblo oaxaqueño entre montañas. De eso estoy seguro. Ni de casualidad duró exactamente un mes. La mezcla de ingredientes liberó algo nuevo, y la unión de entonces es recuerdo de siempre.

Nosotros teníamos poco más de veinte años, y la juventud era algo más que un desequilibrio psíquico: eran puertas que se abrían al viento. Fue precisamente su madre la que me abrió la puerta. Explicándole quien era me dejó pasar con una sonrisa. La casa salía del huerto a la montaña, en donde su hija se descubrió de pronto entre la milpa, con una pañoleta blanca de ojos asustados. Su madre le pidió me saludara. Lo hicimos desganados. Entonces no imaginé que dormiríamos juntos, y que su húmeda respiración acompañaría mis sueños.

En la casa no había camas ni cuartos ni habitaciones: era un galerón de pilares, que me enseñaron con señas. Me pidieron arrumbar la mochila donde sea. Me señalaron los utensilios de cocina. Me invitaron a la mesa, al llegar el padre con sus cabellos canosos. No tenía más de cincuenta años, y desde sus nudillos me observó sonriendo.
La región del Itsmo es caliente todo el año –dijo, preguntándome cuanto llevaba de maestro. Era mi primer año. Viéndolo asentir inofensivo pensé en los matriarcados de esa región juchiteca, mientras la madre todo lo observaba detrás del comal. La hija, de mejillas doradas, escuchaba con los ojos bajos. Había poca luz.
Me preguntó en cuantas casas había estado. Era apenas la primera. Me había tocado un grupo del cuarto grado y los miembros de la comunidad hospedaban y alimentaban al maestro. El día siguiente empezarían las clases, y esta noche los conocía a ellos, mis anfitriones del próximo mes, una familia de tres y de largos silencios. La mujer amasaba, despegaba la tortilla como no queriendo, mientras la hija comía lentamente con los dedos, chupándose los dedos.
Después de cenar el padre saco una hamaca del canasto. Hay hamacas en todos los canastos –dijo señalando alrededor. Puede colgarlas en cualquier gancho. Tarde semanas en comprobar que la familia rotaba indistintamente más de 10 hamacas en 100 lugares distintos. Acostumbraban dormir–exactamente, donde los agarraba el sueño.
Mejor agarra una más grande–le dijo su mujer, que quiero dormir contigo. No. Has estado roncando. Los vi descalzarse al mismo tiempo metros más adelante, detrás de unos pilares, y se echaron a dormir. Nosotros silenciosos en la mesa. Ella me dijo que podía dormir donde sea.
Haciéndome el independiente colgué una hamaca rojiza en esos primeros ganchos. Ella, mientras tanto, terminó de lavar los trastes, con una trenza larga y negra que le llegaba a media espalda. Después se alació frente al espejo, y caminó a mi lado de puntillas con talones sucios, y sus brazos morenos hurgaron el canasto. Fingí leer cuando se colgó a mi lado. Nuestras dos hamacas parecían abrir las piernas, y en la penumbra de la madrugada me pareció verla dormir con labios húmedos.
Las semanas siguientes fueron de juegos rítmicos. Dormíamos con nuestras telas entrelazadas en el galerón, cual par de palillos chinos de colores distintos. Una noche ella se acercaba y colgaba su hamaca en mis mismos ganchos. Otra noche buscábamos un rincón y, en paralelo, sin hablar, decíamos buenas noches. Los padres descalzos mecían sus sudores detrás de los pilares, ellos por su cuenta. Yo acudía a clases por la mañana con los chicos. Pero en las nuestras noches los perros ladraban, los grillos, el horizonte de buganvilias apenas iluminado por la luna, nuestras hamacas balanceándose. Así, todo ese mes de hace años fue un oleaje de juegos rítmicos.
Lamento no haberme despedido de ella. El día de mi partida había salido al pueblo vecino y no pude hacerlo. Aún ahora, por las madrugadas, me parece sentir su respiración inacabada.


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16.11.09

Territorio Santos Modelo


La locución latina “Panem et circenses”, al pueblo pan y circo, representaba en su origen la costumbre de los emperadores romanos de regalar alimento y acceso a juegos circenses, como forma de mantener al pueblo distraído de los asuntos políticos. Digamos que el hecho de tener un nuevo estadio en La Laguna, en medio de descomposición política, social, de seguridad y económica, y que en la calle se palpe la sonrisa de un nuevo comienzo, es evidencia de que los romanos, desde hace más de dos mil años, eran magos para aquello del juego del titiritero.


Sin embargo no se trata de andar de aguafiestas. Los piropos abundan. El estadio es moderno, estético, funcional y el futbol se ve espectacular. La suma de esfuerzos es loable, y el sitio potenciará una muy importante explosión económica en la zona. Pero de cualquier forma es necesario acompañar al catálogo de merecidas loas, algunas consideraciones personales sobre el nuevo Territorio Santos Modelo.

El nombre me gusta porque es largo y se paladea con orgullo. Remite a frontera inviolable donde habitan guerreros. La inclusión del nombre de la cervecería es entendible, y más cuando un juego de dobles significados convierte al territorio en un complejo deportivo cuya modernidad sirve de ejemplo. Un territorio como modelo a seguir.

Tener un estadio clasista obedece al hecho de que el crecimiento y la sofisticación de las sociedades, trae aparejado ese tipo de divisiones. Usted me podría pedir que me deje de cuentos y me vaya a sol, y con gusto lo haré, más es irrefutable que la existencia de palcos, plateas, y secciones diversas, ha dividido la experiencia de ir a la cancha, y ha segregado a la afición. Nuestro estadio Corona era cancha de rancho, era en si mismo democrática, todos estaban en el mismo cuarto a la misma altura, y el festejo era una masa uniforme que gritaba por todos lados.
Sólo me ha tocado estar una vez en el estadio, y en un juego amistoso, pero tengo serias dudas de que el estadio presione como el Corona. Me sentiré contento en caso de estar equivocado, porque nuestra antigua casa se volcaba a la cancha, era toda ella un colofón de cemento, y a los jugadores los rodeaban un grupo de amigos. El respeto a nuevas tendencias de diseño, y a estándares internacionales de seguridad, ha resultado en un estadio extendido que comulga más con las escaleras y con la salida.

Estoy seguro que más de uno de ustedes, sentadito en su nueva y reluciente butaca verde, y comprando pizzas en esos negocios concesionados de letreros uniformes, extrañará salir al medio tiempo a gritar desde la malla, para que Chilo te alcance uno de adobada con doble aguacate, sin mayonesa, jalapeños verdes, partido a la mitad, mucha sal, un par de serranos afuera. El pasado miércoles se civilizó el futbol en Torreón, por el resto de los siglos, amen.

Tuve la oportunidad de atestiguar las dinámicas en la zona de palcos. Comprobé la supervivencia de esa tan extendida costumbre lagunera y norteña de dar la vuelta, donde los jóvenes andan en auto saludándose por la tarde. El pasado miércoles la gente caminaba, se visitaba, asomaba las cabezas en los palcos ajenos, tal vez curiosos de número de años en la botella de Whiskey. El pasado miércoles en La Laguna, en un evento para ver y ser visto, nació el Rol en la zona de los palcos del nuevo estadio.

Estamos contentos --sin duda. Tenemos un estadio magnifico y nos sentimos orgullosos de su existencia. Pero no nos traguemos aquello del “pan y circo”. Esta sociedad y esta ciudad tienen carencias estructurales. No dejemos que ese brillo impecable de butacas verdes nos conforme. Que no nos detenga para denunciar y demandar la solución a los problemas verdaderamente importantes que tenemos. No nos traguemos aquello del pan y circo.

Articulo publicado: http://bit.ly/1upruk
Foto: Cortesia Nacho Lopez Portillo

11.11.09

Niños de Parvulos

Primero: enorme brecha educativa. Segundo: sociedad enclaustrada entre el peligro, la desigualdad y el racismo. Tercero: políticos preocupados solo por proyecto personal. Cuarto: peligro de infracción que se resuelve deslizando 100 pesos por la ventanilla. Quinto: corrupción cancerígena que todo invade, cual hidra venenosa.

Súmele usted además gripes porcinas, remesas que decrecen, el petróleo que se acaba, las ejecuciones que pululan, los niños nuestros que se drogan, el nulo consenso entre cualquier fuerza política, y el resultado es amalgama que no preocupa más, porque no se puede. Cubeta desbordada que riega el zacate.

Llamémosle tranza extendida; ser vivales como modus vivendi. El omnipresente experto de barrio en colocar diablitos, la luz que falta, no traigo luz maestro, y el que altera el kilometraje para vender el mueble, y el uso de suelo habitacional se torna en comercial por obra del espíritu santo, o aquella playa pública que ya se la apropiaron los privados, y el alcalde que tiene un amigo con buenas tierras por la salida oriente, y ya le construyó una brecha; o aquel tesorero que autoriza primero los pagos de los proveedores consentidos, y la encopetada y su séquito que habla de nacos y trata de entenderlos; y aquellos que en la grada del Azteca, viendo al América, le mientan la madre a los ricos de los palcos, y los palcos mismos, y la grada misma, y el América mismo, sumum de artificialidad sin mística, y el Santos señores, allí si hacer un alto y ponernos de pie, el último juego en el Corona, esa cerveza que le gusta a los gabachos, bienvenida con orgullo, de las pocas excepciones de esta decrépita industria nacional que produce un carajo.
Así sucede entonces que estamos rodeados por todos lados, el deteriorado medio ambiente y la basura, tala indiscriminada en montañas, justo donde esa anciana ancianísima de tantísimos años, de piernas que parecen nudillos pelados, regresa con un carrete de leña amarrado a la espalda, y cuida a su nieto que juguetea en el lodo con una vara, martes en la mañana, ya en edad de colegio con los maestros en huelga, por alguna prestación que seguramente a su lideresa la tiene por demás preocupada, esa encopetada a fuerza.
En realidad los preocupados somos todos con el año que termina, lo que sigue para el próximo, los recursos que menguan, aunque el Presidente ya declaró abolida la crisis, y todos aliviados respiramos por obra del espíritu santo, las palabras sabias de nuestros gobernantes alientan… uff, que sabios son, y con qué prestancia discurren en una oratoria que embelesa; pero la moneda en precario equilibro, la ebullición constante de descontentos por tantos años de estar aguantando vara con la suela en la cara, y los analistas que tratan de entender el porqué del estoicismo mexicano, agachón de cabeza como el que más, mientras las encuestas hablan de nostalgias al autoritarismo latinoamericano, y sí, se añora al partido que durante tantos años nos trató como niños, y que se quiere regrese con su encopetado y novia de telenovela, porque los niños de párvulos requieren estar ordenaditos en el patio, con un moño rojo, cantando el himno.
Deberían avergonzarnos las ojeras en el espejo diario, y obligar a entender, frenar el engaño. Pero por obra de un misterio nadie se organiza, nadie saca la cabeza para gritar basta.

Articulo publicado: http://bit.ly/3PDpwy