24.1.10

Algo más que unas simples bolas


Mi hermano que murió también se hubiera regresado los tres pisos, por la escalera humeante del Two World Trade Center, solo para rescatar su colección de bolas de beisbol. Sus razones hubieran sido las mismas que las de ese abogado cubano. Hay quienes maman beisbol desde la cuna. Niños que van al parque de pelota con un guante, donde la ínfima probabilidad alimenta una esperanza muy hermosa. Madres que siguen el partido por la radio, y que de madrugada van por sus hijos al estadio, afónicos de reclamarle el chocolate al ampayita.

El beisbol fue toda mi infancia en la isla –me dijo un día Oliver Reinaldo, sin que viniera a cuento, y en Miami fue lo mismo.

Nos habíamos conocido hace más de 10 años. Fue en una entrevista de trabajo en su oficina, en el piso 40 de esa torre gemela (justo en la que chocó el segundo avión; la primera que colapsándose se sumió en el polvo).

Su especialidad legal era responsabilidad civil, algo gordo, pelón, sentado en su oficina parecía en el sillón de su casa. Durante la entrevista me sorprendió su colección de bolas y con los nudillos lo vi raspar sus costuras rojizas, mientras conversábamos. Ese día no hablamos de beisbol. Después tuve oportunidad de hacerlo, ya que por suerte conseguí el trabajo.

Nuestro despacho rentaba los pisos 39 y 40 de esas torres gemelas. Esos edificios eran una ciudad independiente, con comedores, bibliotecas, estaciones del subterráneo, legiones enteras de autómatas rasgando las suelas diariamente, engabardinados con caras de espanto. Aun ahora no me resisto a creer que todo eso se haya derrumbado.

Fue coincidencia que la oficina de Oliver Reinaldo quedara a un lado de la mía, y con el paso de los meses nos fuimos haciendo amigos, conocí a sus hijos y a su esposa. Él siempre llevaba en la mano un legajo de papeles, y en la otra una pelota, rasgándole sus costuras. Con cualquier descuido comenzaba a hablar de Nelson Santovenia, de Orestes Destrade, del pelotero cubano que es de otra estirpe. Esta pelota es el homerun 42 de José Canseco en la temporada 88 –me decía. Esta la firmó Bart Giamatti, y me veía como si yo supiera de lo que estaba hablando. Las limpiaba y acomodaba en su repisa como huevos de oro.

Trabajamos juntos cerca de dos años, y nos despedimos a finales de 1999, cuando yo abandoné la Gran Manzana. Con los avionazos del 11 de septiembre pensé en él, después hablamos y supe que todo estaba bien, y que los ex-compañeros habían bajado sin problemas. Solamente eso me dijo. No hablamos más detalles. No sé porque no se me ocurrió preguntarle por sus bolas.

Una práctica común en Nueva York es tener camisas nuevas en la oficina. Es habitual trabajar de largo toda la noche, o llegar de un viaje nocturno directo a la oficina, y siempre se agradece una camisa limpia. Lo comentó porque me topé con Oliver años después en un hotel de la ciudad de México, y eso viene a cuento.

Te tengo que contar –me dijo viéndome a los ojos, me dijo como diciéndome tengo que contarte lo que nos ocurrió esa mañana. Nos fuimos al bar y compartimos un trago. Me contó del estremecerse del primer avión, del fogonazo del segundo, del impacto en su torre, de los monitores que temblaron, de lo estúpidos que fueron en no evacuar de inmediato, cuando todo había empezado. Me dijo que él estaba en una sala de reuniones en el piso 39, y que al estallar el avión en su torre salieron corriendo a las escaleras, cumpliendo el protocolo. La escalera era un tumulto humeante y de gritos. Los bomberos ya subían, las secretarias bajaban, alguien bajaba en muletas. Solo entonces recordó las bolas. Aún no sabe que fue lo que lo orillo a regresar por ellas.

En el piso 40 los aspersores regaban una humareda vacía, los ruidos de cristales rotos se oían por todas partes. Según me dijo corrió doscientos metros en record olímpico, y recogió más de treinta pelotas con un golpe de brazo. Imagíname –me decía, imagíname caminando en el Manhattan polvoriento, empanizado de hollín, cargando dos mangas rasgadas de una camisa nueva, llenas de pelotas blancas.

Hay aficiones que inundan más allá de la vida. La de mi hermano que se nos adelantó en el viaje, por el beisbol, también era una de esas.

17.1.10

Pensarnos Juntos

El objeto del presente es solicitar tu apoyo para una investigación. Agradeceré a cualquiera de ustedes que quiera participar, o a quien pudiera darme nombres, ideas, contactos. Más adelante mencionaré las particularidades de lo que pretendo, pero en principio apelo a tu inquietud, a la curiosidad que todos tenemos dentro.

Deseo investigar la idiosincrasia de la gente de la región lagunera, los mecanismos que tenemos como sociedad, como grupo humano diferenciado, para asimilar y afrontar esta época particularmente difícil. Mi tesis es que una región como la nuestra, que ha alcanzado grandes logros, una comunidad que ha vivido épocas de gran pujanza, una zona joven con conglomerados industriales de clase mundial, una gente que hizo florecer el desierto, una sociedad singular por su diversidad, por su heterogeneidad, está particularmente preparada (o más propensa) a generar movimientos espontáneos de solidaridad, de participación ciudadana, que puedan incidir en la recuperación del nuestro desarrollo económico, en la erradicación de la ola de criminalidad reciente, en el fortalecimiento de la cultura democrática. Si es acaso que pudiéramos deducir eso de nuestra historia, de nuestros comportamientos: ¿qué debiéramos hacer para generar círculos virtuosos de participación ciudadana?

Para avanzar requiero –requerimos-- primeramente de objetividad total. Hacer a un lado nuestro sistema de valores, nuestro sistema de referencias, y vernos encuerados, aunque resulte difícil. Justamente este llamado descarriado, cínico, abierto, es un grito pelado en busca de la objetividad compartida. ¿Somos unos rancheros asoleados del siglo XXI, queriendo ser algo? ¿Unos mexicanos ni de la frontera y ni del centro, apenas del norte, bolsa de contención, realmente de ninguna parte?

Recurro al que quiera sentarse en la silla a conversar, a ser fotografiado, ser entrevistado, cámara de por medio, intentar descarnadamente dar una lectura de lo que somos, de lo que queremos ser, de dónde venimos, a dónde vamos. Recurro a cualquier líder de familia que guarde la memoria histórica de sus gentes, de su trajinar, para que me la comparta. Juntos tenemos que recuperar nuestra historia, pensarnos, ser inclusivos, no desechar ideas, vaciarlo todo, identificar cómo hemos solucionado otros retos en el pasado, y pensar la forma de solucionar los de ahora.

No es posible continuar con esta inercia, y dejarnos ir en el derrotero diario, quejándonos hacia el exterior, pensando que las causas de los males nos son ajenas, y nada podemos hacer para afrontarlos. Ejercicio de auto reconocimiento, búsqueda de herramientas.

Como primera opción pretendo profundizar desde la etnología, desde la antropología social, partir del estudio descriptivo de nuestras costumbres o tradiciones. Veámonos en el espejo. ¿Cuáles son nuestras costumbres en este momento, como afrontamos nuestros retos, que comportamientos estamos teniendo? Te pido a ti, amigo, leyendo estas letras, en cualquier descampado lagunero, invítame a conversar de cualquier cosa, abiertamente, tratar de saber que pensamos, donde estamos, que inquietudes, que tan preocupados estamos en saltar este bache ¿estamos seguros de lograrlo?

Un amigo etnólogo me ha dicho que justo ahora, por lo reciente de la descomposición de nuestra sociedad, es el momento de observarnos. ¿Qué piensan los descendientes de españoles, personas de campo, de este cochinero de calles, que el centro está tomado, que no se puede transitar libremente? ¿Qué piensan los descendientes de alemanes? ¿Qué piensan los árabes, comerciantes, de arriba abajo desde temprano? ¿Cuáles costumbres hemos cambiado? ¿Acaso es generalizado el comportamiento de no ver más allá de nuestras narices, imposible encontrar cohesión? ¿Acaso pensamos que por gandallin y sacalepunta, esa actitud tan lagunera de suficiencia, estamos librados?

Últimamente he pensado en voz alta como avanzar con este proyecto. Enmarañado entre vericuetos, decidí ventilarlo a través de estas líneas. Ojala alguna de sus respuestas me brinde elementos para continuar con la inercia, y así tener algunas imágenes, o unas cuantas historias para trazar garabatos sobre nosotros.

10.1.10

Actuar Ahora

¿Acaso ya nos desviamos?

¿Acaso el trauma de nuestro nacimiento, las crisis atroces, la transición fracasada, ha terminado por ligar nuestra idiosincrasia al fracaso?

¿Acaso encausarnos a la legalidad es ajeno a nosotros, es imposible transitar hacia la normalidad democrática? ¿Acaso mi generación está destinada a sobrevivir en el cochinero en medio de la tranza? ¿Acaso la generación que viene tendrá un mejor país? ¿Es más sensato abortar?

Son estos colores lo que amamos tío, estos olores. Por ello lastima verlos desmembrarse, atados al no progreso. Preguntémonos dónde estamos atorados. ¿Acaso ya nos desviamos? ¿Estamos destinados a vivir en un círculo vicioso de conductas, de actitudes, de respuestas?

Los rasgos culturales de las sociedades se moldean con el tiempo. Inciden en ellos el medio ambiente, las relaciones con los otros, la economía misma, la política pública, las cicatrices de la historia. Este bloque de más de 100 millones es un enjambre complejo, un tubo de ensayo nitrogenado. Súmele usted una frontera de miles de kilómetros, con la primera economía del mundo, y lo que tenemos es Tijuana –el paradigma, el cruce fronterizo más transitado del mundo. Eso somos. Una fuerza cósmica que por historia y presente debería ser puntera. Pero no hemos sabido encausarla. Ahora pareciere problema no ser homogéneo, sino un mosaico tortuoso de intereses que no embonan.

Porque precisamente en nuestro mosaico hay fuerzas fácticas cuyos intereses aprisionan, nos limitan, nos detienen (sindicatos, la ciega oligarquía, la burocracia misma, la clase política). Grupúsculos cuya visión particular compromete a la generalidad, bloquean los cambios, fragmentan nuestra idea de futuro. El diagnostico podría ser claro, pero hay quienes toleran la mancha del pulmón --en la radiografía que el doctor muestra a contraluz, porque son precisamente ellos el cáncer, y de él se alimentan.

¿Acaso de nuestra desviación no hay retorno?

Incluso para el pragmatismo cínico es complicado proponer opciones. Cuesta trabajo confiar en la política como herramienta del cambio. A la reforma política, recientemente propuesta por el Ejecutivo, ya le vemos moros con tranchetes, resquicios por donde se escurrirán los bribones. Desconfiamos de la banca de un lado. Cuesta trabajo convencernos que nuestra institucionalidad podrá generar los brazos necesarios para girar el timón. Pocas herramientas hay, para hacer a un lado a los agentes del no-cambio. Todo lo cooptan. Con regularidad compran los votos mismos. O silencian las bocas.

La razón me dice que las soluciones deben buscarse dentro y desde la legalidad. Sin embargo, el inmovilismo --la sensación de retroceso, desespera a todas luces. Es ahora el tiempo, por ejemplo, de aprovechar de lleno la vecindad con Estados Unidos, o de hacer valer el mayor bono demográfico de nuestra historia –nunca ha habido más personas en edad productiva.

No aprovechar nuestras oportunidades de ahora, no cambiar, no avanzar, será un fracaso de costes históricos. Por ello impera definir prioridades e identificar (atajar, erradicar) las fuerzas que se oponen al cambio. Aquí no hay festejos señor Presidente. Su figura, debilitada por sanos contrapesos, tiene aún la fuerza para generar coherencia, fuerza que nace de la historia. No más discursos que a nadie motivan. La desazón es generalizada y peligrosa, caldo de cultivo para los no demócratas.

Necesitamos que haga valer su investidura y recurrimos a su liderazgo. La decisión es ahora (identificar, atajar, erradicar), aunque haya facturas por pagar o compromisos asumidos. La magnitud de los desafíos requiere mucho más que acciones de coyuntura, discursos con buenos deseos. Fallar derivará en mayor incertidumbre, desequilibrio, alimentará aun más las intenciones de los no demócratas, y acabará desmoronándonos del todo.

3.1.10

Salir de Inmediato

Dígame usted lo que quiera, pero no es civilizado el estado de excepción en que vivimos, que parece normalidad eternizada. No solamente me refiero a nuestra malograda transición, que va por ningún lado, sino al estado de las cosas, el abandono y falta de pujanza, la inseguridad que todo lo permea, las calles vacías por las noches, el descontento y desconfianza generalizado.

Como ejemplo el trayecto carretero Torreón-Ciudad Juárez, donde lo primero es salir temprano porque “en las carreteras de Mexico no se transita de noche”. Esa aseveración –de boca de un pariente que respeto, confirma la apropiación de los caminos por entes ajenos al Estado, situación peligrosa que en ninguna coyuntura debería asumirse como normal, ya que el monopolio del uso de la fuerza, y la obligación del Estado de garantizar la seguridad, la libertad de tránsito ciudadana, debe ser en todos sitios, a todas horas.

Ante posición tan purista, usted me podrá decir que no cuestione nuestra modalidad de lucha anti-narco, o que en todo caso me siga de largo, si es que tanto disfruto el trémulo silencio de la carretera nocturna (lo cual es cierto). Le contestaré –sin embargo, que de eso no estamos hablando, sino del hecho, tajante y evidente, de que la incapacidad de nuestro gobierno nos ha obligado a vivir en calidad de rehenes, a vivir en la frustrante no-libertad de estado fracasado.

Entonces mejor conducir de día y no correr el riesgo de verte violado donde sea. Aunque ello no garantice pequeñas molestias, de que cada tantos kilómetros pase un convoy militar, con un enmascarado con arma de 50 mm casi engatillada, viéndote a ti, y a tu esposa, y a tus hijos, con cara de malos amigos, y que además, si es que te ponen el alto, la pequeña molestia es que terminen hurgando cualquier vaina entre las piernas de tu esposa, o de tus hijos.

Se podrá argumentar entonces que los militares salvadores, que la lucha contra el crimen y que “el ejército mexicano como la única institución cuya fama sigue intachable”, y yo escucharé con atención defender un status quo similar a guerra. Más, de lo que estoy cierto, y lo que nunca me hará bajar las manos, es de considerar normalidad todo esto, el simple hecho que te apunten con un arma, que urgen de automático en mis pertenencias, que no haya fuero común para juzgar a los que están detrás del gatillo. Esta no debe ser nuestra normalidad.

Ni tampoco debe ser normal en la carretera, desde tempranito, y que de pronto llegue la primera caseta con su pago correspondiente, un largo tramo de baches y arreglos, la segunda caseta, más hoyos, un desnivel que te saca del asfalto, y cuando menos lo piensa uno, ya se gastó un quinientón y un par de amortiguadores.

Basta entonces de corajes y detengámonos en Villa Ahumada, un burrito de deshebrada, porque no todo tiene que ser tan malo. Pero embutámonoslo ahora y con prisas, antes que por ineficiencias, e intereses gubernamentales, se ponga en entredicho alguna cuestión sanitaria, y se llegue al extremo de comprometer la calidad del burro (como ocurre siempre que hay negocio).

Entonces llegamos a un Ciudad Juárez desecho, donde todo comercio esta golpeado y donde todo se renta, aceptando autómatas lo que ocurre, haciéndonos los ciegos, si, haciéndonos los ciegos, porque ante esta realidad que golpea, el ciudadano invisible, solitario, creyéndose incapaz, pierde la observación y la queja. Ni siquiera lo motiva considerar totalmente injusto, y ultrajante, el no poder transitar de noche –no tener a donde ir de noche, por miedo a que te perjudique una legión de incontenidos. Ni siguiera le parece suficiente, para levantar la voz, ese atorrante pagar y pagar y pagar, cuotas de una carretera embachada, sin acotamiento. No hay queja en la invisible ciudadanía, ni gritos que exijan el lugar a donde queremos transitar.

Precisamente, se dice que estamos en transición, en un proceso gradual de construcción democrática, que transcurre en alternancia de quienes detentan el poder. Los años han pasado y nada estructural ha ocurrido, sin embargo, las cosas siguen haciéndose mal, independientemente de colores. No se distribuyó el poder, no se benefició a la mayoría, no se fortaleció al ciudadano, no se desmembraron privilegios, no se limitaron los poderes facticos. Al contrario. Se orilló al país a un estado de excepción, que más bien parece normalidad eternizada, y del cual es obligación ciudadana exigir el salir de inmediato.