25.10.09

Juego Cerrado http://bit.ly/1bLVvm



I. La Luz Verde.
Caminamos calle abajo rumbo a la posada de Bárbara. Primero me gritó en el malecón de La Habana, lleno de parejas, olas golpeando las rocas, y se acercó difuminado por la luz del atardecer. Era un negro alto, de cabeza rapada, perfecto palillo agitador de bebidas, que con voz lenta y chillante terminó convenciéndome.

“Por la revolución toda la juventud se prostituye” –dijo de pronto. Había muchas caras en los balcones de la calle Peñapobre, en el calor de septiembre, entre mucho ruido, ropa colgando.

“¿Entonces, va a querer hembra?” -- preguntó, lanzando un relámpago.

“¿Que tan buenas hay?”

“Tanto como usted quiera” –dijo juntando los dedos, como si de saborear una granada se tratara.

“¿Mulatas?”

“Pelirrojas, marrones. Lo que usted quiera”

Sus palabras taladraron mi cabeza por más de un minuto. Nos habíamos detenido a fumar, con las suelas apoyadas al muro. “Lo que usted quiera” –repitió el negro, echando humo.

“Pues que sea mulata” –dije, y sin dejar pasar un segundo, el tipo salpicó el cigarro con un garnuchazo, otra pequeña humareda.

“Entonces dígale a Bárbara que yo lo traje, y que ahora vengo” –afirmó casi brincando, mientras tocaba el timbre de la puerta vecina. De última lo vi doblar a la izquierda, en el expendio donde venden la carne.

II. La figura del jinetero en la economía cubana.

La palabra jinetero (a) es básicamente eufemismo de prostituto (a). Son personajes entrañables que consiguen los que sea: mujeres, hombres, habanos, motocicletas, discos, droga, autos, paseos en barrios marginales, acceso a vecindades derruidas, alcohol, ver sodomía, más droga y más mujeres. Obtienen cualquier cosa por dinero. Cualquier cosa significa cualquier cosa.

Su existencia misma obedece a las leyes de la oferta y la demanda. En la Habana Vieja pululan extranjeros cargados de dólares, hambrientos de saciar sus vicios. Es por ello que en esas calles proliferan jóvenes prestos a servirles, a conseguir bondades. Una economía informal especializada hasta la médula, por la ausencia de oportunidades. La revolución corruptora en más de una forma.

III. Juego Cerrado.

“Aquí hay sabanas limpias, una pastilla de jabón, aquí el baño, la toalla” --dijo Bárbara.

Era una cubana altiva como las que hay, rondando los sesenta. Lentamente escribió mi nombre en una libreta, con letra grande, cursiva, impoluta, acomodándose frágilmente los lentes.

Su posada estaba en el segundo piso de un edificio viejo, entrando por la escalera que daba a la calle, un cuarto al fondo del pasillo frente al baño, próximo al barandal del patio interior, donde el golpeteo del dominó era el ritmo de la tarde.

“¿Porqué se fue el negro?” -- preguntó Bárbara antes de entender algo, ya que enseguida dijo burlona que traería otra toalla “a menos que les guste el sudor”.

Entonces me senté en la cama y apareció un flaco, de no más de doce años, pidiendo caramelos. Su única palabra de diccionario --caramelo, abriendo los ojotes, hasta que Bárbara le lanzó a la cabeza la toalla, gritándole no importunar a los huéspedes.

Y así, sin pausa, frente a su propio hijo, comenzó a hablar como solo los cubanos saben hacerlo. Dijo que al chico lo había tenido muy mayor, que por años cuido a una anciana española, la que me heredó la casa, y me prohibió tener familia hasta su muerte, era muy exigente.

“Pude tener al chico hasta que se murió la española. Pero al final me quede con esta casa, valió la pena tanta espera”.

Todo eso me lo dijo contando billetes, en monologo interior, hablando de su suerte, porque mañana debía pagar 270 pesos al gobierno, todos los meses sin importar los huéspedes, y solo tengo registrado un cuarto, pero confeccioné otros dos clandestinos, en la parte de atrás, por si quiere verlos.

“Uno tiene que hacer lo que sea para ganar dinero” --me dijo con media sonrisa, justo cuando sonaba el timbre.

Al salir presuroso el chico a atender la visita, me sorprendí tronándome los dedos. No la tornadura rápida de una mano sobre otra, sino de esas exquisitas de dedos entrelazados, de levantar las manos y hacer fuerza, como si de un estiramiento de yoga se tratara.

Siguió después un silencio cómodo, interrumpido solo por un golpe seco, como si se hubiere cerrado el juego y estuvieren contando los puntos. Entonces salí al pasillo y al voltear a la izquierda, encontré una gran sorpresa.



Docto publicado aqui

5.10.09

Brasil

A propósito del éxito reciente que se apuntó Brasil, y en particular Rio de Janeiro, al ser designado sede de los Juegos Olímpicos del año 2016, no queda más que congratularnos de que ese entrañable pueblo sudamericano siga cosechando logros. Ellos también serán los organizadores de la copa del mundo de futbol en el año 2014, y la ganaran seguramente, como lo han hecho regularmente.

Así que habrá mucho Brasil en las vitrinas en los próximos años. Lo cual no deja de tener, desde nuestra óptica mexicana, cierta dosis de curiosidad (envidia) ante sus logros, ante la forma en que vertiginosamente se han colocado como referente latinoamericano en el mundo. Sirven sus avances como cuestionamiento obligado, mirada al espejo.

¿Qué tienen ellos de lo cual carecemos? ¿Por qué han sido capaces, por ejemplo, de tener una industria aeronáutica sólida, capaz de fabricar un avión confiable y funcional como el Embraer 190? ¿Por qué en la actual crisis económica, el pasado mes de agosto, fueron capaces de generar cerca de 250 mil nuevos puestos de trabajo, séptimo mes consecutivo con creación de empleo positiva? ¿Por qué son autosuficientes en hidrocarburos, y cuentan con tecnología de punta para buscar crudo en aguas profundas? ¿Por qué, al fin de cuentas, se han consolidado como el modelo exitoso del desarrollo económico en América Latina?

Ese gran país verde es complejo, desigual, fascinante. Su tamaño físico es más de cuatro veces México y casi nos duplica en población. Brasil es paradigma de mosaico --de contrastes, su bastedad amazónica es capaz de cansar cualquier mirada. Su gran rio es metáfora de futuro caudaloso.

La realidad brasileña tiene también deficiencias y retos colosales. Es conocido que en los latifundios del interior hay explotación a niveles de esclavitud. Pobreza y exclusión desbordada en las grandes ciudades. El abandono y la ingobernabilidad de sus favelas es conocida mundialmente. Existen escuadrones de la muerte, grupos de extermino pagados por la derecha, que actúan en la periferia de las grandes ciudades brasileñas, dedicados a eliminar a supuestos delincuentes o a meros sospechosos, con el fin de acabar con el lumpen. En ese país caudaloso la realidad es de contrastes. Entre grandes oportunidades y carencias, Brasil quiere crecer, se quiere desbordar.

Su presidente, Lula da Silva, ha sido el líder que en los últimos años ha encausado esas fuerzas telúricas tan complejas. Ha logrado cohesionar, dar rumbo. Ante su origen de sindicalista de izquierda, Lula tuvo que competir en cuatro ocasiones para acceder a la Presidencia. En el poder ha demostrado su destreza en el arte de tocar el violín: buscó votos con la izquierda, gobernando con la derecha. Bajo su mandato los brasileños tienen una percepción de unidad hacia el futuro, y, más importante, hay conciencia colectiva de un futuro mejor. A Lula se le escucha, se le sigue, y los avances están a la vista.

Sin retrasos, sin entrar en debates estériles, Brasil es líder en desarrollo de energías alternativas, con el uso de la caña de azúcar para producir etanol. La inversión privada en su industria petrolera, ha resultado en transferencia valiosa de tecnología, y capacidad de competir con los mayores estándares. En materia de innovación económica, sobresalen leyes y reglamentos de gobierno corporativo, transparencia y control. Su sistema jurídico es abierto, atractivo para un capital extranjero sediento de seguridad. Su economía, cimentada en un gran mercado interno, continúa especializándose, fortaleciendo industrias propias con grandes valores agregados.

Recursos naturales y humanos bastos, aparejados a aciertos en materia política y regulatoria, han traído beneficios concretos. Lo anterior, aunado a la existencia de un líder carismático que cohesiona y encausa, ha logrado que ese país proyecte la imagen de haber encontrado unión en su destino. Unión que encausa, guía, encarrila, posibilita; que muestra resultados y genera percepción de avance; que genera una envidia enorme al vernos al espejo.

Publicación aqui


4.10.09

Savon


I. El Hombre.

¡Mira! –exclamó sin verme, mostrándome las imágenes: esto fue cuando Savón era Savón. La fotografía lo retrata durante los Juegos Olímpicos de Sidney del año 2000. Su perfil negro intimidante, con los puños en la quijada, justo antes de ganar la tercera medalla de oro contra el Ruso Ibragimov. En ese entonces estos puños estaban más duros–me dice, mientras una manopla huesuda prácticamente me eclipsa la cara.

El personaje en cuestión es Félix Savón Fabré. Boxeador cubano nacido en San Vicente, Guantánamo, el 22 de septiembre de 1967, y que durante veinte años conquistó todos los títulos amateur de los pesos pesados, incluidos seis campeonatos mundiales, tres oros olímpicos y cuatro copas del mundo.

Para imaginar su poderío basta estrechar esa mano rugosa con consistencia de trascabo. Voltear a las alturas de sus 1.98 metros, es encontrarlo sonriente y descamisado. A ese hombre hay que creerle en realidad, cuando afirma que, en cualquier día, únicamente con rectos y cruzados, hubiera hecho polvo al mismísimo Mike Tyson.

Me cede el paso a su casa con sutileza. Distingo entonces su caminar tambaleante, con ritmo de enorme montaña, que se cimbra a los lados con los brazos engarrotados.

II. El Sistema.

Es conocida la tradición del poder político de apropiarse de los artistas o de las glorias del deporte, con el consecuente beneficio para el régimen. Ha sucedido en los Estados Unidos, por ejemplo, donde personalmente Henry Kissinger incidió para que el duelo Spassky-Fisher se llevara a cabo en Reykjavik. Sucedió en la Alemania nazi con Leni Riefenstahl. Ocurre en México cotidianamente con boxeadores, luchadores, futbolistas, toda clase de artistas y de atletas, que hasta de premio pueden terminar con algún hueso. Sucede tradicionalmente en la Cuba de Castro, y en lo particular con los boxeadores olímpicos.

La ceremonia de bienvenida es lugar común en el acto de apropiación. Bajo los balcones de la municipalidad se congregan las masas. Las banderas del país que se trate, las llaves de la ciudad, las fotos de rigor, las primeras páginas en los diarios matutinos. El engranaje propagandístico funciona aceitado, y el hombre de a pie se deslumbra y aplaude. La estrella del atleta brilla en cualquier firmamento, y el efecto dura el tiempo que sea necesario (útil).

Es ese utilitarismo el que todo lo rige. La fama se moldea, cae o se acrecienta. Los reconocimientos en la modernidad duran segundos. Sin siquiera darse cuenta el atleta cae de su pedestal e inicia su cotidianidad con lo mortales. Ya no es perfecto. Ya no todos se carcajean de sus bromas. Ya no tiene a todas las mujeres.

III. La Conclusión de la Breve Entrevista.

La casa de Savon está en una esquina, en las afueras de La Habana, y tiene un porche amplio donde se sientan sus hijas por la tarde. Llegamos a ella en un Ford azul, una lata cincuentera de bordes punteados, a la que había que abrirle el cofre cada tanto para enfriarlo. Me acompañaban otros dos boxeadores que conocían al campeón de su primer gallinero. Ellos se abrieron camino para buscarlo al fondo de la casa. Ellos lo asustaron con un grito mientras cebaba cerdos con pienso de calidad superior –según dijo.

En el interior de su casa hay una sala llena de trofeos. Me permite ver y tocar las medallas olímpicas. Y el tiempo discurre entre su hablar pausado y ordinario, sobre sus inicios como remero, sobre las cualidades que le vieron los entrenadores por su altura, sobre las malformaciones que le causó el mal vendaje en las manos, sobre el sentimiento de escuchar el himno cubano con la medalla al cuello.

Yo hubiera querido quedarme más tiempo, conversar más largo con el campeón. Pero tuvimos que interrumpir la plática y continuar con las fotos en la calle. No sé bien lo que ocurrió. El español cubano es rápido y es arrastrado y puede ser realmente ininteligible.

El caso es que algo dijo su mujer enfurecida, y él la increpó se callara “pero hija, silencio que hay visitas”. Pero no pudo calmarla. Dejar abierta la puerta de los cerdos, e inundar de moscas la casa entera, era inaceptable. Los gritos de un lado a otro, y sin poder hacer nada. Entre bromas reconoció que esa batalla la tenía perdida desde antes que sonara la campana. Un gran campeón. Con el que tranquilamente pasamos la tarde, sentados en la acera, un buen sábado cualquiera.