18.6.10

Capitulo I: Espejitos en venta

Un administrar la decadencia, un saqueo previo hundimiento, una incapacidad busca-excusas, una enconada división de clases, un sálvense quien pueda, un des-orgullo decaído, un país de rodillas.

¿A poco piensa usted, que ganar el mundial, nos sacará del hoyo?

Pero mientras más distracciones existan, mientras más circo nos invada: mejor para nuestra clase política. Así verán desviada la presión que les aqueja, encontraran oportunidad de reorientar su propio destino político, de consolidar tejemanejes antes del precipicio, preservar lo propio, zancadillar al prójimo, resistir el desgaste. Con las elecciones cercanas, pareciere el Presidente intentar capitalizar a futuro, desde Sudáfrica, un posible éxito de la selección, la última baraja que le queda, la apuesta de engañar de nuevo a este pueblo de descerebrados.

Porque en época de futbol, y con violencia en escalada, es más que evidente la alianza redonda por lo no importante. El pasado viernes la selección mexicana paralizó todas las actividades gubernamentales, escolares, de negocios y hasta las campañas políticas. ¿Podemos creer semejante despropósito en esta tierra tan convulsionada? Solamente es posible entender este hecho irracional, visitando al sicólogo de masas. Su diagnostico dirá que existe una masa harta de la cotidianidad, buscando el olvido, permanentemente. Esta alianza entre el gobierno, las televisoras, el futbol, el mundial, la comercialización, propaganda, y sinfín de vericuetos, está pensada para idiotizar al pueblo con su opio redondo, con el jabulani de gajos.

Realmente me apena el nivel de estupidez, lo ridículamente idiotas y enfermos que estamos todos los mexicanos con estas distracciones estériles, incluyendo al que escribe estas letras, que también gritoneo entusiasmado desde temprano, también futbol picante por las noches, también las noticas del empate en los diarios del día siguiente. Lo reconozco: yo también quiero olvidar y evadirme de lo cabronamente duro que esta todo esto.

Cierto: la vida no se puede tomar tan enserio –porque terminaríamos enloquecidos. A mí no me lo tienen que recordar. Les aseguro que siempre he sido un mago para la disipación y el ocio. Pero eso de estar idiotizados hasta el cuello, en un estatismo agónico, en una inmovilidad de no hacer nada, en un miedo perenne, es más de lo que un cerebro medianamente prudente puede aceptar.


Nunca pensé ser aguafiestas, e incuso nunca pensé verme capaz de escribir estas líneas. Pero realmente me duele el corazón al reconocer mi deseo: quiero que la selección regrese de Sudáfrica pronto. Mi estomago me pide victorias, pero mi cerebro me pide no actuar desde el impulso. Ante este opio de masas, irnos bien en el mundial será seguir anestesiados, reivindicar la mierda que asiste a los directivos, a todo el futbol, y dar espaldarazo a un presidente que se enfrascó en una guerra perdida de inicio, y en la cual ya no sabe ni dónde meterse, al frente de una administración que ya no sabe ni que hacer.

Quiero que perdamos pronto. Realmente no quiero que existan obstáculos ni distracciones para este deterioro político que tiene que orillarnos al cambio. Urge darnos cuenta tajantemente de los espejos en venta, de las falsas promesas que nos pintan la cara, de la forma en que los poderosos se aprovechan de esta nuestra estupidez tan dolorosamente histórica, de este México tan burdamente engañado.

6.6.10

Monologo adormilado

Intentar descifrar la vida haciendo el recuento: lo que observo o acaricio al despertar, mi respirar, mi sentir, las probabilidades remotas de éxito que se tornan realidad, la sopa sorpresiva que cae del plato antes de llegar a la boca, mis memorias, la historia de nosotros juntos hiriéndonos.

Nuestra relación nació como una frágil incertidumbre sucediéndose. Un acontecer súbito, que de inicio carecía de pretensiones, de cualquier búsqueda de resultados concretos, de pago de fianzas o prebendas prometidas. Era un simple chocolate amargo derritiéndose en los labios. Una cama sudorosa que compartíamos por la mañana, ella a mi lado, afuera los arboles lluviosos meciéndose, los observábamos desde el ventanal del cuarto, con un frescor apenas perceptible, no tanta luz, nublado el cielo, y calle abajo un par de chavales que brincaba en los charcos, todavía con esperanzas.

No había frente a nosotros ningún auditorio, solos nos encontrábamos en ese cuarto lluvioso, pero aun así su voz no paraba, seguía y seguía, sin distraerla ningún ruido exterior, sin apagarla, un susurro tenue invadiendo las paredes.

--Quiero estar siempre en otro lado. Recuerdo que de niña me mordió un perro la pantorrilla y tuve que correr calles y más calles, hasta que me di cuenta de todo lo que había corrido, por lo sudada que estaba. Mi pie y el calcetín y el zapato llenos de sangre. Tuve que descalzarme allí mismo, y seguir corriendo y correr, era entonces cuando mi padre no estaba con nosotros, así que no tuve nadie con quien ir.

--Nunca he estado cómoda en ningún sitio. Probablemente lo heredé de mi padre que se salía todas las mañanas a vagar por la ciudad, y no lo encontrábamos, y una vez llegó todo golpeado y sangrando, le preguntamos que le había pasado, no nos contestó, se encerró en su cuarto y allí pasó algunos días, se fue luego y no volvimos a verlo en cinco años, un día tocaron la puerta y apareció con su misma sonrisa, mi madre aseguró que era su misma ropa, pero eso ya no lo supimos de cierto, ella lo dejó quedarse dos años más con nosotros, hasta que volvió a desaparecer.

Yo la observaba hablar, la veía con sus pestañas cerradas, con su pelo desparramado en la almohada, deteniéndose, con los labios sellados. Pero no la entendía. Esa separación tan profunda entre nosotros, nunca supimos desenterrarla. Desde el principio la percibimos ignorándola, tal vez porque las posibilidades reales de reiterarnos habían sido ínfimas, tal vez por ello dudábamos que lo nuestro derivaría en un algo mas, arriesgándonos a nulos resultados.

Más de pronto entre nosotros se fue formando un todo que fluyó despiadado, que terminó amalgamándonos, y de aquellas calles en que nos conocimos, de las plazoletas de los primeros años, surgió la esperanza que aun ahora nos da de beber. Pero después vino el infortunio, nuestra separación brutal, y de esos primeros tiempos solo quedaron retazos de lo que éramos, trazos tenues borrados por la memoria que no perdona. Después de años de soledad regresamos a nosotros, por causas que tal vez ahora ni siquiera comprendemos. Aun tenemos objetos domésticos que recelosos observamos con desconfianza.

A partir de entonces vino una calma engañosa a nuestra relación, la calma chicha como en Sudamérica le nombran, y después de otra marejada de infortunios, se nos mostró la reconciliación de estos años, que avizoramos definitiva. Sabemos, sin embargo, que todo recorrido tiene escollos, y que hay jugos que en el vaso se tornan amargos. Tenemos la sospecha de ser mutuos, y sobre ella hablamos, y a ella nos clavamos como estacas. Acaricio sus tobillos al encontrarla dormida, e ignoro si no se despierta por alguna insensibilidad del sueño, o por un deseo de no descorrer un velo que prefiere cegado. Ella parece por fin calmada cuando está dormida, y es entonces cuando yo quisiera que nada pudiera sacarla de ese sueño suyo. Tal vez nuestro estar es fruto de una cómoda situación de la que no queremos despertar. A veces pienso que nunca llegaremos a ninguna parte.

En medio de nuestro drama, nosotros, nos creíamos fundadores de todo, jurábamos haber puesto el primer ladrillo. Aun conversando por las mañanas en silencio, viendo llover los arboles, a mi lado su cuerpo sudoroso, que parece toalla encendida, blanca recostada, un espejo de agua, cristalino, y todo nuestro alrededor es una atmosfera de reflejos, de complicidades y esperanzas, del recuento de lo ocurrido en nuestra vida.

Pero en nuestra fragilidad no hay ninguna certeza: solo el temblor de piel que reconocemos venir, súbitamente, y al cual nos aferramos como estacas.