24.5.08

Las Vidas



(Publicado en El Siglo de Torreón el 25 de mayo de 2008. Versión original aqui).

Muchos de mis ídolos murieron jóvenes y en trágicas condiciones. El repaso de sus biografías: Charlie Parker, el pajarraco, a los 34 cuelga el saxo con cuerpo de 60 a costa de los abusos; Robert Capa, el húngaro, aún con la cámara en la mano pisa la mina vietnamita que le arrancaría la pierna a los 49 años; Roberto Bolaño, el detective, abandona las correrías a los 50 por un problema hepático en Barcelona; Janis Joplin, la de collares, se silencia a los 27 de sobredosis en Los Angeles, California; Jack Kerouac, el caminante, descansa por fin a los 47 de hemorragia interna causada por cirrosis de hígado; Federico Garcia Lorca, el poeta, es arrebatado a la vida de 38 años por manos intolerantes sólo útiles para el gatillo.
La lista sigue: Diane Arbus, la solitaria, retacada en barbitúricos se tasajea las muñecas a los 48 en el Greenwich Village neoyorkino; Albert Camus, el Extranjero, lo alcanza la muerte a los 48 en un accidente automovilístico en Francia; Amadeo Modigliani, el retratista, desaparece a los 36 de tuberculosis agravada por los excesos de toda una vida; John Lennon, el mounstro, cae a balazos frente al Dakota Bulding apenas a los 40 años; Truman Capote, Capote, muere a los 59 con un hígado deshecho por las múltiples intoxicaciones a las que fue sometido; Mark Rothko, el amo del lienzo, se tasajea los brazos a los 66 atiborrado en antidepresivos; Ernest Hemingway, el sabio, decide volarse los sesos en Idaho a los 61 a punta de escopeta; Julio Cortázar, el más viejo de todos, el máximo Cronopio, muere a los 69 después de un proceso leucémico, que lo deja con la finta del gato pálido que tanto amó; aún en él hay algo de drama.
Con ellos ya esfumados nos quedan únicamente sus obras, rastros que los mantiene inmortales. Aquél cuento de Cortázar –continuidad de los parques—por ejemplo, nos permite revivir a ese flaco porteño entrañable, tal vez en un jardín soleado a las tres de la tarde. Stand by Me de Lennon es un quieto quédate conmigo, más franco que cualquier otra cosa. Las mujeres de Modigliani tienen mezcla de esfinge y de sensual deslizarse. Las obras de todos son de luz, son de legado y huella. Del suspiro al libro abierto sólo media la magia.
Pero es eso todo lo que vemos y no hay nada más. Todo está oculto. Son sus obras ya producto concluido, y entre ellas y la muerte sólo media una oscuridad desconocida. La cotidianidad creativa permanece oculta a nosotros. Desconocemos las caminatas incesables buscando la placa óptima, los juegos de luz indicados, las horas eternas del cuarto oscuro; todo con el fin de que partículas de plata reflejen un sentir particular. Ignoramos el sufrimiento, la agonía, el deseo. Apenas la obra y algunos datos biográficos nos brindan luces y sombras. ¿Qué llevó a Hemingway a volarse los sesos? ¿Cómo derivó a eso ese hombre y su vitalidad increíble? ¿Qué es lo que ocurre a lo largo de la vida? ¿Cómo, y a través de qué procesos, se desmoronan los sueños?
Muertos ya. Esfumados los sueños. Las ambiciones descansando y los dramas conclusos. Nunca más romper los lápices para sacar las palabras. Nunca más las manos manchadas de tinta bajo una luz artificial que de pronto se apaga. Son las vidas hermano. Agotadas esas vidas que alfareros moldearon en un camino incesante, lleno de rocas. Los Despojos de un alma hecha jirones en las zarzas agudas, te dirán el camino que conduce a mi cuna.
Hay una viga de madera en la casa de Neruda de Isla Negra. En la viga sobresale la palabra “Federico”, en honor a su gran amigo Garcia Lorca, a quien le sobrevivió tantos años. Neruda talló con sus propias manos esas letras, que en ocasiones se iluminan bajo la luz austral de octubre. Algo en ella me deja perplejo. No se… Finalmente creo que esa inscripción, el hecho, toda esa historia, refleja lo que aquí he querido decir sin lograrlo.

22.5.08

Muto. Ambiguous Animation.


Gracias al buen Nacho he dado con esto.


Encima de una porteña realidad de muros carcomidos: la metamorfosis del gis torna en historia el asfalto, renaciendo de lo cotidiano la ilusión.

18.5.08

Procrastinar

(Publicado en El Siglo de Torreón el 18 de mayo de 2008. Versión original aqui).

Por fin me senté a escribir estas líneas. Hablo en serio. Pude haberlo hecho desde hace días, pero lo dejaba y le daba vueltas. Finalmente el editor pide el texto hasta el sábado. ¿Porque hacerlo antes? Mejor distraído en cualquier cosa, ¿no es cierto? Procrastinando al máximo. Tan bonito hacer nada salvo zapping en pantalla insulsa, o inocua conversación de Messenger. Rascándonos. No por curiosidad el Solitario es el programa más usado del universo Windows. No en vano sitios de ocio social, como el Facebook, han doblado en influencia. Fuentes de la juventud para el procrastinador eterno.
Así las cosas logré zafarme brevemente del vicio y abrir el diccionario: procrastinar (procrastinare) es postergar actividades o situaciones que uno debe atender, por otras situaciones más irrelevantes y agradables. En resumen: significa tirar la flojerita sabrosa, aunque venga galopando la declaración anual a agarrarnos con sus prisas. Pero bueno… ya se atenderá en su momento; habrá sin duda tiempo de llamarle al contador y reunirnos con los papeles. Pero no ahora: hoy es día de merendarnos las notas del Proceso con su tinte entre rojo y rosa; o ver la final de la Champions ¿porque no?, al fin de cuentas la excusa es el mejor futbol del planeta, aunque corramos el riesgo de que un partido sin goles nos deje de nuevo con la sensación de haber perdido el tiempo.
Hablar de sensaciones es reconocer el drama. El disfrute de la postergación borrado por la condena a posteriori, y su pesadumbre de ojos. La conducta de postergar amarra, obliga y somete, antes de desplegar remordimientos nocturnos a la hora del recuento. Incluso se habla de procrastinación como trastorno del comportamiento. Puede llevar a la dependencia a elementos externos, tales como Internet, la lectura por ocio, las compras o la simple disipación, en lugar de realizar la tarea que se supone necesaria. Al fin de cuentas acá sabroso mejor agarrar la cerveza al borde de la noria y cotorrear con los compas.
Yo siempre he sido un procrastinador aberrante. Desde los tiempos escolares el documento de diez páginas la noche anterior; o el pago en el tiempo límite; o el trámite al cerrar la puerta. Los que tendemos al hedonismo como victimas principales de la conducta crónica. Mejor aquí nos quedamos tranquilitos, jugando ajedrez en la pantalla, antes de cualquier otra cosa. Hablo en serio. Finalmente la escritura es el ejercicio más vasto de autoconocimiento.
Podría poner como ejemplo la elaboración de estos párrafos. Imaginemos el teclado en otro cuarto, con luz suficiente y aire corriente. Un lugar cómodo, en términos generales, donde aunque me gustaría tener otra silla más cómoda, sin quejarme me someto. Podría empezar desde el lunes, pero no lo hago. Sucede estar allí el teclado, y pasar los días, y los párrafos sin encontrar forma, y aplazándolo todo sin encontrar la hebra. Probablemente decidir ver el juego del Santos, por ejemplo, tranquilo, acompañado de unas palomitas, vagando por allí, aplazándolo todo, hasta que el tiempo límite impone por fin su urgencia, en un escenario –tal vez, de calidad comprometida.
El ávido procrastinador sabe que empezar y terminar precisa voluntad y medidas radicales. Uso como ejemplo el de aquél amigo que desapareció de pronto del sitio Gameknot.com, donde nos juntábamos a jugar ajedrez cibernético en modalidad de correspondencia, y las partidas duran meses recomendables a nivel de vicio. El caso es que este amigo de Guadalajara, siempre presente en el tablero, respondiendo de inmediato, con más de treinta juegos activos, un día desapareció para siempre de ese universo online de perdedores de tiempo. Incluso temí su muerte.
Después supe que adoptó la decisión radical: el cambio de contraseña a ciegas; el cortarse el cuello, suicidarse para siempre de esa cofradía de enfermos. Me lo contó hace meses en la escalinata del Auditorio Nacional. No va a tocar Tambuorine Man --me dijo, meciéndole la cabeza a mi hijo (y tenía razón). Nos dimos un abrazo. Platicamos cualquier cosa, hasta que le pregunté de su desaparición misteriosa. Lo tuve que hacer –dijo viendo a la calle, con el gesto resignado de quien deja a la pareja de años para no causar más daños. Perdía mucho tiempo –continuó, comprometía mi trabajo. Entré en la opción perfiles y cambié la contraseña –me dijo, fríamente, y allí, en el marco de la noche magnifica de Dylan, adoptó postura de mecanógrafo y cambio la clave volteando a la izquierda. Comprometía su trabajo: la confesión de autoconocimiento absoluto que mi hijo no logró entender. Él ya no está jugando. Flaco, de lentes, atorrante, amigo, traductor, con cojones a rompe y rasga, abandonó las 64 casillas para abordar lo suyo con fuerza; y yo sé como él ama ese juego.

Ajedrez Nocturno


(Publicado en El Siglo de Torreón el 11 de mayo de 2008. Versión original aqui).


Lo juego desde hace más de 15 años pero apenas recién comencé a entenderlo; verlo más desde arriba; adoptar un plan de juego y la gran diagonal para el alfil incisivo; luchar las pequeñas batallas con todos los dientes; buscar un refugio permanente para el caballo en la sexta fila. La mejoría que da el tiempo, y la práctica; el diablo que más sabe por viejo, y las horas de café enfriándose al rascarnos la cabeza.
Ese “avance” –sin embargo—ha ido acompañado de un escalofrío: el abismo es infinito; la vida no es lo suficientemente larga para el Ajedrez. Todo quedará inacabado, esfumadas las partidas, y el peón y la reina compartiendo la misma caja de tablero guardado. Intentar entrar al Juego es una caída al vacío de varias eternidades gritando (con los brazos en cruz y el aire en la cara), con la incertidumbre de nunca tocar el suelo. Juego infinito e imposible de palpar con los dedos. Tablero que tiene tanto misterio –aludiendo a Purdy-- como la mujer.
Garry Kasparov alguna vez dijo que el Ajedrez era una tortura mental; hay quien dice que el Ajedrez es el deporte más extremo de los que existen. Yo me quedo con la frase de Siegbert Tarrasch “el Ajedrez, como el amor, como la música, tiene el Poder de hacer a la gente feliz”. El masoquismo ante una deliciosa tortura que reparte lecciones salomónicamente.
Recuerdo hace tiempo, una noche de humo y de gatos, en la que jugamos en la modalidad de una hora por jugador: me quedaban no más de 5 minutos y el cerebro destrozado. Mis manos comandaban las piezas negras, y un protegido peón pasado blanco amenazaba coronar desde la séptima fila. Mi única salida era intentar buscar una combinación que se mostraba latente en el flanco de rey. El tiempo, la combinación, el humo, el contrario, el café frio, las manos sudadas, los gatos que se dejaban acariciar. Encontrar –y ejecutar—la combinación era definitorio en esa batalla, era cuestión de vida o muerte, era la única alternativa posible. Su búsqueda era de sienes apretadas, de mechones de pelo casi desprendiéndose de las uñas, de toda la pasión. En la exquisita tortura que este Juego provee.
Tuve hace algunos meses la oportunidad de seguir de cerca el mundial de Ajedrez en la Ciudad de México, un todos contra todos de los ocho mejores jugadores del mundo. La acreditación de prensa me permitió entrar a las conferencias post-partida y estar cerca de los jugadores. Todo eso fue un delirio absoluto. Después de batallas de más de seis horas retomar la partida, y hablar sobre ella, era confirmación de que el abismo es absoluto; detrás de los ojos de esos jugadores, que dedican su vida entera al Ajedrez, alcancé a percibir una resignación estremecedora: nunca podrán dominar del todo ese tablero. Los puños y las cejas cercenados por tanto golpe recibido. El cabello seboso. Las agujetas desabrochadas y casi tropezándose. Las 64 casillas que todo lo atrapan y todo lo enloquecen.
Precisamente en esa noche de humo hubiera necesitado un espejo para verme así. Con el rostro contorsionado y buscando algo, tal vez inexistente, pero intuyendo que algo podría existir, algo podría estar escondido en algún vericueto de ese universo infinito.
Una luz repentina me señaló el camino cuyo inicio era un sacrificio de torre y llevaba a la victoria, con todas las letras. Requería revisarlo con calma, pero estaba allí, lo podía palpar; su luz y su lógica y su conclusión comenzaban a adoptar forma. Ese algo que logré encontrar no pudo ser concluido, materializado, traído a la realidad. La implacable bandera del tiempo me hizo tragar la derrota, con la mano en el aire. Puso fin a una exquisita tortura al ritmo de respiración agitada. Aunque no por mucho tiempo.

Al Desnudo


(Publicado en El Siglo de Torreón el 4 de mayo de 2008. Versión original aqui).


La revista londinense The Economist cerró abril con un extenso artículo sobre México. El tema: las asimetrías existentes entre las regiones sur y norte; la conclusión: la necesidad de reducir la brecha desde las políticas públicas, ante la amenaza de que el atraso sureño pudiera comprometer al país en su conjunto; lo evidente: una nota cruda y sin eufemismos que desnuda nuestro maltrecho y confundido cuerpo ante los ojos de todos. Consideraciones particulares respecto a lo anterior es el propósito fundamental de estas letras.
Solo dos datos duros como muestra: la escolaridad media del sur es de 6 grados, 8.1 en el norte y 9.7 en la Ciudad de México; el 12% de los habitantes de zonas rurales norteñas viven en extrema pobreza, siendo el equivalente sureño el 47%. Innecesario ahondar en más números. Sur pobre y norte desarrollado, “los dos Mexicos”, el desierto y la selva, todo aquello que ya es nota vieja. Sabemos de sobra de la inequidad, la inferimos, la reconocemos, la palpamos: el sur tiene grandes carencias y en nuestro país las injusticias abundan. Más no hacemos nada. Callados nos quedamos y los únicos ecos “pobreza que lastima”, “México con sed de justicia”, son frases soltadas por allí –como hebras sueltas-- por más de dos políticos oportunistas en un acto público.
Así están las cosas hasta que de nuevo viene una revista de circulación global a desnudarnos del todo y plantarnos el pastel en la cara. ¿Y qué hacemos al respecto? Nada. Al fin y al cabo sabemos ya de las condiciones de pobreza que existen, lo inferimos, lo reconocemos, lo palpamos, cerramos esta página y lo olvidamos; nuestro acostumbrarse al estado de las cosas dificulta aún más salir del atolladero. No hacer nada es olvidar cerrando los ojos, hasta que la sensibilidad y la melancolía invadan en algún semáforo, para bajar la ventana lentamente, y las monedas a las manos infantiles de pies descalzos.
Sin duda desprendernos de algunas monedas es el gesto bueno que nos hace sentir mejor, aunque no sea suficiente, aunque paradójicamente pudiera traer resultados inversos. La magnitud del problema rebasa, atolondra y ciega, llevándonos en ocasiones a evadir una problemática estructural que requiere soluciones tajantes, entre otras: (i) fortalecer el marco normativo para hacer cumplir la ley, sin distinciones; (ii) limpiar de componendas y corrupciones nuestro sistema educativo; (iii) reformar y fortalecer al Estado, buscando que su actuar sea funcional y acorde a nuestra historia e idiosincrasia; (iv) erradicar la viciosa sociedad imperante entre quienes nos gobiernan y sus socios; (v) robustecer, agregar valor y hacer más competitiva la economía nacional; (vi) invertir en infraestructura; (vii) reformar el marco legal laboral bajo condiciones de igualdad; (viii) fortalecer la participación de la sociedad civil. Retos titánicos, de todos, que a mi considerar requieren un cambio de paradigma: tomar conciencia de que la injusticia y las asimetrías nos circundan, y que actuar ante ellas, y tenerlas presentes, debería ser ingrediente esencial de nuestras acciones individuales.
Con esto no quiero decir que haya que quitarse el guante de golf para ir al barrio a cavar la zanja del drenaje que ya viene (o, más bien, que haya que dejarse el guante por aquello de los callos). Aplaudible es la solidaridad activa, más extenderla a la generalidad poblacional es gesto utópico, más aún ahora en tiempos individualistas de tequío en extinción. No creo en el abandono de las comodidades ganadas; lo infiero como retroceso. No creo en la dadiva ni en las políticas redistributivas; atentan contra la meritocracia. Creo sin embargo en la obligación ciudadana de conocer y entender la situación de la colectividad, sus necesidades y las carencias, y buscar que sus acciones individuales retribuyan en lo individual, en consistencia con el mejoramiento colectivo. Fundamental el individualismo responsable en el México de las yagas sangrantes.
Un paradigma de lo que estamos hablando, de corrupción, fracaso y malinterpretación del actuar público con fines individuales, es el ocurrido durante el sexenio pasado en el marco del programa Marcha hacia el Sur. Su misión era llevar inversión al sur para generar empleos y mejorar la calidad de vida, más nada de eso ocurrió. Incluso The Economist hace mención a apoyos públicos a empresarios mexicanos y a empleos nunca materializados. Es de saber general la existencia de empresarios y autoridades coludidas en un fraude de empleos ficticios que dilapidó recursos públicos. Acto antipatriótico donde los hay. Paradigma de acción en provecho individual cueste lo que cueste, y a costa de los más jodidos.
Ya lo he dicho: no creo en utopías, ni en redistribuciones, ni en misiones imposibles, ni en estados paternalistas que todo lo abarcan. Solamente creo en que el punto de partida de las titánicas tareas que tenemos enfrente es el respeto de la legalidad y el castigar a aquellos que, desde la ilegalidad, y al no ver más allá de sus narices, nos comprometen a todos.

17.5.08

16.5.08

Alfil deslumbrante frente a Sergio Urias




2.5.08

Modelismo

(Publicado en El Siglo de Torreón el 27 de abril de 2008. Versión original aqui).

Piscar las ideas de terceros y pasarlas por el filtro de la valoración, antes de dar forma a las propias. Proceso largo, continuado, por demás fascinante, que asemeja a esa actividad del modelismo que entretiene a tantos en la tienda de trenes miniatura que frecuento los sábados. Salir a la calle a buscar la gomina que permita que una hélice gire sin romperse; ese impecable avión sobre una mesa al que sólo le falta una turbina y algunas secciones rojizas de fuselaje; la idea propia como proceso inacabado, siempre cambiante, donde razones y acontecimientos exógenos van poniéndole un tornillo a alerón derecho, o de plano desvistiendo al piloto.
Lo anterior viene a cuento por aquello del proceso integral para darle forma a estas líneas. Me ocurre ver la semana fluir entera tratando de encontrar algún tema, utilizando las interpretaciones de otros como alimento, espejo, cartoncito para sujetar el ala, o simplemente bola de papel que directo vuele al cesto una vez masticada. El caso es que durante la semana que termina –por ejemplo, me he sorprendido dándole vuelta a toda ésta descomposición política, a todo este encono, sin tener la pieza que me permitiera al tren de aterrizaje deslizar la idea.
El miércoles, sin embargo, escucharle a Leonardo Curzio el adjetivo “anómico” en su programa radial derivó en estas líneas. En términos sociológicos la conducta anómica es el conjunto de actividades que lleva a cabo un grupo social por mera repetición. Es algo así como el borrego convertido en borregada del borrego y de la borregada. Los grupos detrás de las porterías entonando los mismos cantos y con los mismos peinados. El mall, el helado y el filme los domingos. La luz roja de aquella esquina siempre infringida por considerarla innecesaria. Los tumultos que rompen en las tiendas los cristales en épocas de desabasto.
La libertad individual y de grupo no tiene condena, por más que rechacemos la uniformidad, más sin matices deben rechazarse aquellas conductas anómicas ilegales que descomponen el tejido social. En nuestro México el actuar ilegal, la conducta tramposa y enconada, se está generalizando a límites absurdos. Nuestro coexistir es una mezcla peligrosa de ilegalidad, polarización y descontento social, donde además el cinismo irracional adereza la descalificación al otro.
Solamente en la semana que termina: (i) un absurdo y descabellado valemadrismo del gobernador de Jalisco ante sus opositores, con aires de púlpito; (ii) la uña larga del empleado de los Pinos que seguramente quería traerle a sus compadres algunos gatgets desde el viejo New Orleans; (iii) la normalidad pasmosa con que hemos adoptado la noticia de ser el país con mayor número de robos con violencia; (iv) la desafortunada y subjetiva calificación del Ejecutivo Federal a sus opositores; (v) la patrulla policiaca que tantas veces he visto bajarle lana a los franeleros vecinos que solo responden con un encogerse de hombros; (vi) la persona de la que me despedí hace días con prisa, porque debía pasarle dos mil dólares a un periodista al que en la llamada telefónica le dijo “soy Santo Claus”. La desfachatez acrecentada de la corrupción que todo lo invade con su costra negra.
Nos encontramos entonces con una estructura social fundamentalmente defectuosa. Leonardo Curzio hablaba sobre algo incrustado al chip del mexicano que estaba torcido. No creo que tanto. Más lo peligroso es que la anomia en cuanto sentimiento colectivo percibe que la única técnica trepadora efectiva es la de la trampa. Conduce necesariamente la anomia a la alineación y al cinismo de cada elemento de la sociedad bajo premisas equivocadas, y en consecuencia al deterioro acelerado del marco normativo. Necesario es entonces detener esa dinámica peligrosa mediante la aplicación ciega del marco normativo. Aunque parezca circulo vicioso que no tenga fin, y aunque la parcialidad de nuestras autoridades nos llene de dudas.