(Publicado en El Siglo de Torreón el 25 de mayo de 2008. Versión original aqui).
Muchos de mis ídolos murieron jóvenes y en trágicas condiciones. El repaso de sus biografías: Charlie Parker, el pajarraco, a los 34 cuelga el saxo con cuerpo de 60 a costa de los abusos; Robert Capa, el húngaro, aún con la cámara en la mano pisa la mina vietnamita que le arrancaría la pierna a los 49 años; Roberto Bolaño, el detective, abandona las correrías a los 50 por un problema hepático en Barcelona; Janis Joplin, la de collares, se silencia a los 27 de sobredosis en Los Angeles, California; Jack Kerouac, el caminante, descansa por fin a los 47 de hemorragia interna causada por cirrosis de hígado; Federico Garcia Lorca, el poeta, es arrebatado a la vida de 38 años por manos intolerantes sólo útiles para el gatillo.
La lista sigue: Diane Arbus, la solitaria, retacada en barbitúricos se tasajea las muñecas a los 48 en el Greenwich Village neoyorkino; Albert Camus, el Extranjero, lo alcanza la muerte a los 48 en un accidente automovilístico en Francia; Amadeo Modigliani, el retratista, desaparece a los 36 de tuberculosis agravada por los excesos de toda una vida; John Lennon, el mounstro, cae a balazos frente al Dakota Bulding apenas a los 40 años; Truman Capote, Capote, muere a los 59 con un hígado deshecho por las múltiples intoxicaciones a las que fue sometido; Mark Rothko, el amo del lienzo, se tasajea los brazos a los 66 atiborrado en antidepresivos; Ernest Hemingway, el sabio, decide volarse los sesos en Idaho a los 61 a punta de escopeta; Julio Cortázar, el más viejo de todos, el máximo Cronopio, muere a los 69 después de un proceso leucémico, que lo deja con la finta del gato pálido que tanto amó; aún en él hay algo de drama.
Con ellos ya esfumados nos quedan únicamente sus obras, rastros que los mantiene inmortales. Aquél cuento de Cortázar –continuidad de los parques—por ejemplo, nos permite revivir a ese flaco porteño entrañable, tal vez en un jardín soleado a las tres de la tarde. Stand by Me de Lennon es un quieto quédate conmigo, más franco que cualquier otra cosa. Las mujeres de Modigliani tienen mezcla de esfinge y de sensual deslizarse. Las obras de todos son de luz, son de legado y huella. Del suspiro al libro abierto sólo media la magia.
Pero es eso todo lo que vemos y no hay nada más. Todo está oculto. Son sus obras ya producto concluido, y entre ellas y la muerte sólo media una oscuridad desconocida. La cotidianidad creativa permanece oculta a nosotros. Desconocemos las caminatas incesables buscando la placa óptima, los juegos de luz indicados, las horas eternas del cuarto oscuro; todo con el fin de que partículas de plata reflejen un sentir particular. Ignoramos el sufrimiento, la agonía, el deseo. Apenas la obra y algunos datos biográficos nos brindan luces y sombras. ¿Qué llevó a Hemingway a volarse los sesos? ¿Cómo derivó a eso ese hombre y su vitalidad increíble? ¿Qué es lo que ocurre a lo largo de la vida? ¿Cómo, y a través de qué procesos, se desmoronan los sueños?
Muertos ya. Esfumados los sueños. Las ambiciones descansando y los dramas conclusos. Nunca más romper los lápices para sacar las palabras. Nunca más las manos manchadas de tinta bajo una luz artificial que de pronto se apaga. Son las vidas hermano. Agotadas esas vidas que alfareros moldearon en un camino incesante, lleno de rocas. Los Despojos de un alma hecha jirones en las zarzas agudas, te dirán el camino que conduce a mi cuna.
Hay una viga de madera en la casa de Neruda de Isla Negra. En la viga sobresale la palabra “Federico”, en honor a su gran amigo Garcia Lorca, a quien le sobrevivió tantos años. Neruda talló con sus propias manos esas letras, que en ocasiones se iluminan bajo la luz austral de octubre. Algo en ella me deja perplejo. No se… Finalmente creo que esa inscripción, el hecho, toda esa historia, refleja lo que aquí he querido decir sin lograrlo.