
(Publicado en El Siglo de Torreón el 4 de mayo de 2008. Versión original aqui).
La revista londinense The Economist cerró abril con un extenso artículo sobre México. El tema: las asimetrías existentes entre las regiones sur y norte; la conclusión: la necesidad de reducir la brecha desde las políticas públicas, ante la amenaza de que el atraso sureño pudiera comprometer al país en su conjunto; lo evidente: una nota cruda y sin eufemismos que desnuda nuestro maltrecho y confundido cuerpo ante los ojos de todos. Consideraciones particulares respecto a lo anterior es el propósito fundamental de estas letras.
Solo dos datos duros como muestra: la escolaridad media del sur es de 6 grados, 8.1 en el norte y 9.7 en la Ciudad de México; el 12% de los habitantes de zonas rurales norteñas viven en extrema pobreza, siendo el equivalente sureño el 47%. Innecesario ahondar en más números. Sur pobre y norte desarrollado, “los dos Mexicos”, el desierto y la selva, todo aquello que ya es nota vieja. Sabemos de sobra de la inequidad, la inferimos, la reconocemos, la palpamos: el sur tiene grandes carencias y en nuestro país las injusticias abundan. Más no hacemos nada. Callados nos quedamos y los únicos ecos “pobreza que lastima”, “México con sed de justicia”, son frases soltadas por allí –como hebras sueltas-- por más de dos políticos oportunistas en un acto público.
Así están las cosas hasta que de nuevo viene una revista de circulación global a desnudarnos del todo y plantarnos el pastel en la cara. ¿Y qué hacemos al respecto? Nada. Al fin y al cabo sabemos ya de las condiciones de pobreza que existen, lo inferimos, lo reconocemos, lo palpamos, cerramos esta página y lo olvidamos; nuestro acostumbrarse al estado de las cosas dificulta aún más salir del atolladero. No hacer nada es olvidar cerrando los ojos, hasta que la sensibilidad y la melancolía invadan en algún semáforo, para bajar la ventana lentamente, y las monedas a las manos infantiles de pies descalzos.
Sin duda desprendernos de algunas monedas es el gesto bueno que nos hace sentir mejor, aunque no sea suficiente, aunque paradójicamente pudiera traer resultados inversos. La magnitud del problema rebasa, atolondra y ciega, llevándonos en ocasiones a evadir una problemática estructural que requiere soluciones tajantes, entre otras: (i) fortalecer el marco normativo para hacer cumplir la ley, sin distinciones; (ii) limpiar de componendas y corrupciones nuestro sistema educativo; (iii) reformar y fortalecer al Estado, buscando que su actuar sea funcional y acorde a nuestra historia e idiosincrasia; (iv) erradicar la viciosa sociedad imperante entre quienes nos gobiernan y sus socios; (v) robustecer, agregar valor y hacer más competitiva la economía nacional; (vi) invertir en infraestructura; (vii) reformar el marco legal laboral bajo condiciones de igualdad; (viii) fortalecer la participación de la sociedad civil. Retos titánicos, de todos, que a mi considerar requieren un cambio de paradigma: tomar conciencia de que la injusticia y las asimetrías nos circundan, y que actuar ante ellas, y tenerlas presentes, debería ser ingrediente esencial de nuestras acciones individuales.
Con esto no quiero decir que haya que quitarse el guante de golf para ir al barrio a cavar la zanja del drenaje que ya viene (o, más bien, que haya que dejarse el guante por aquello de los callos). Aplaudible es la solidaridad activa, más extenderla a la generalidad poblacional es gesto utópico, más aún ahora en tiempos individualistas de tequío en extinción. No creo en el abandono de las comodidades ganadas; lo infiero como retroceso. No creo en la dadiva ni en las políticas redistributivas; atentan contra la meritocracia. Creo sin embargo en la obligación ciudadana de conocer y entender la situación de la colectividad, sus necesidades y las carencias, y buscar que sus acciones individuales retribuyan en lo individual, en consistencia con el mejoramiento colectivo. Fundamental el individualismo responsable en el México de las yagas sangrantes.
Un paradigma de lo que estamos hablando, de corrupción, fracaso y malinterpretación del actuar público con fines individuales, es el ocurrido durante el sexenio pasado en el marco del programa Marcha hacia el Sur. Su misión era llevar inversión al sur para generar empleos y mejorar la calidad de vida, más nada de eso ocurrió. Incluso The Economist hace mención a apoyos públicos a empresarios mexicanos y a empleos nunca materializados. Es de saber general la existencia de empresarios y autoridades coludidas en un fraude de empleos ficticios que dilapidó recursos públicos. Acto antipatriótico donde los hay. Paradigma de acción en provecho individual cueste lo que cueste, y a costa de los más jodidos.
Ya lo he dicho: no creo en utopías, ni en redistribuciones, ni en misiones imposibles, ni en estados paternalistas que todo lo abarcan. Solamente creo en que el punto de partida de las titánicas tareas que tenemos enfrente es el respeto de la legalidad y el castigar a aquellos que, desde la ilegalidad, y al no ver más allá de sus narices, nos comprometen a todos.
Solo dos datos duros como muestra: la escolaridad media del sur es de 6 grados, 8.1 en el norte y 9.7 en la Ciudad de México; el 12% de los habitantes de zonas rurales norteñas viven en extrema pobreza, siendo el equivalente sureño el 47%. Innecesario ahondar en más números. Sur pobre y norte desarrollado, “los dos Mexicos”, el desierto y la selva, todo aquello que ya es nota vieja. Sabemos de sobra de la inequidad, la inferimos, la reconocemos, la palpamos: el sur tiene grandes carencias y en nuestro país las injusticias abundan. Más no hacemos nada. Callados nos quedamos y los únicos ecos “pobreza que lastima”, “México con sed de justicia”, son frases soltadas por allí –como hebras sueltas-- por más de dos políticos oportunistas en un acto público.
Así están las cosas hasta que de nuevo viene una revista de circulación global a desnudarnos del todo y plantarnos el pastel en la cara. ¿Y qué hacemos al respecto? Nada. Al fin y al cabo sabemos ya de las condiciones de pobreza que existen, lo inferimos, lo reconocemos, lo palpamos, cerramos esta página y lo olvidamos; nuestro acostumbrarse al estado de las cosas dificulta aún más salir del atolladero. No hacer nada es olvidar cerrando los ojos, hasta que la sensibilidad y la melancolía invadan en algún semáforo, para bajar la ventana lentamente, y las monedas a las manos infantiles de pies descalzos.
Sin duda desprendernos de algunas monedas es el gesto bueno que nos hace sentir mejor, aunque no sea suficiente, aunque paradójicamente pudiera traer resultados inversos. La magnitud del problema rebasa, atolondra y ciega, llevándonos en ocasiones a evadir una problemática estructural que requiere soluciones tajantes, entre otras: (i) fortalecer el marco normativo para hacer cumplir la ley, sin distinciones; (ii) limpiar de componendas y corrupciones nuestro sistema educativo; (iii) reformar y fortalecer al Estado, buscando que su actuar sea funcional y acorde a nuestra historia e idiosincrasia; (iv) erradicar la viciosa sociedad imperante entre quienes nos gobiernan y sus socios; (v) robustecer, agregar valor y hacer más competitiva la economía nacional; (vi) invertir en infraestructura; (vii) reformar el marco legal laboral bajo condiciones de igualdad; (viii) fortalecer la participación de la sociedad civil. Retos titánicos, de todos, que a mi considerar requieren un cambio de paradigma: tomar conciencia de que la injusticia y las asimetrías nos circundan, y que actuar ante ellas, y tenerlas presentes, debería ser ingrediente esencial de nuestras acciones individuales.
Con esto no quiero decir que haya que quitarse el guante de golf para ir al barrio a cavar la zanja del drenaje que ya viene (o, más bien, que haya que dejarse el guante por aquello de los callos). Aplaudible es la solidaridad activa, más extenderla a la generalidad poblacional es gesto utópico, más aún ahora en tiempos individualistas de tequío en extinción. No creo en el abandono de las comodidades ganadas; lo infiero como retroceso. No creo en la dadiva ni en las políticas redistributivas; atentan contra la meritocracia. Creo sin embargo en la obligación ciudadana de conocer y entender la situación de la colectividad, sus necesidades y las carencias, y buscar que sus acciones individuales retribuyan en lo individual, en consistencia con el mejoramiento colectivo. Fundamental el individualismo responsable en el México de las yagas sangrantes.
Un paradigma de lo que estamos hablando, de corrupción, fracaso y malinterpretación del actuar público con fines individuales, es el ocurrido durante el sexenio pasado en el marco del programa Marcha hacia el Sur. Su misión era llevar inversión al sur para generar empleos y mejorar la calidad de vida, más nada de eso ocurrió. Incluso The Economist hace mención a apoyos públicos a empresarios mexicanos y a empleos nunca materializados. Es de saber general la existencia de empresarios y autoridades coludidas en un fraude de empleos ficticios que dilapidó recursos públicos. Acto antipatriótico donde los hay. Paradigma de acción en provecho individual cueste lo que cueste, y a costa de los más jodidos.
Ya lo he dicho: no creo en utopías, ni en redistribuciones, ni en misiones imposibles, ni en estados paternalistas que todo lo abarcan. Solamente creo en que el punto de partida de las titánicas tareas que tenemos enfrente es el respeto de la legalidad y el castigar a aquellos que, desde la ilegalidad, y al no ver más allá de sus narices, nos comprometen a todos.