2.5.08

Modelismo

(Publicado en El Siglo de Torreón el 27 de abril de 2008. Versión original aqui).

Piscar las ideas de terceros y pasarlas por el filtro de la valoración, antes de dar forma a las propias. Proceso largo, continuado, por demás fascinante, que asemeja a esa actividad del modelismo que entretiene a tantos en la tienda de trenes miniatura que frecuento los sábados. Salir a la calle a buscar la gomina que permita que una hélice gire sin romperse; ese impecable avión sobre una mesa al que sólo le falta una turbina y algunas secciones rojizas de fuselaje; la idea propia como proceso inacabado, siempre cambiante, donde razones y acontecimientos exógenos van poniéndole un tornillo a alerón derecho, o de plano desvistiendo al piloto.
Lo anterior viene a cuento por aquello del proceso integral para darle forma a estas líneas. Me ocurre ver la semana fluir entera tratando de encontrar algún tema, utilizando las interpretaciones de otros como alimento, espejo, cartoncito para sujetar el ala, o simplemente bola de papel que directo vuele al cesto una vez masticada. El caso es que durante la semana que termina –por ejemplo, me he sorprendido dándole vuelta a toda ésta descomposición política, a todo este encono, sin tener la pieza que me permitiera al tren de aterrizaje deslizar la idea.
El miércoles, sin embargo, escucharle a Leonardo Curzio el adjetivo “anómico” en su programa radial derivó en estas líneas. En términos sociológicos la conducta anómica es el conjunto de actividades que lleva a cabo un grupo social por mera repetición. Es algo así como el borrego convertido en borregada del borrego y de la borregada. Los grupos detrás de las porterías entonando los mismos cantos y con los mismos peinados. El mall, el helado y el filme los domingos. La luz roja de aquella esquina siempre infringida por considerarla innecesaria. Los tumultos que rompen en las tiendas los cristales en épocas de desabasto.
La libertad individual y de grupo no tiene condena, por más que rechacemos la uniformidad, más sin matices deben rechazarse aquellas conductas anómicas ilegales que descomponen el tejido social. En nuestro México el actuar ilegal, la conducta tramposa y enconada, se está generalizando a límites absurdos. Nuestro coexistir es una mezcla peligrosa de ilegalidad, polarización y descontento social, donde además el cinismo irracional adereza la descalificación al otro.
Solamente en la semana que termina: (i) un absurdo y descabellado valemadrismo del gobernador de Jalisco ante sus opositores, con aires de púlpito; (ii) la uña larga del empleado de los Pinos que seguramente quería traerle a sus compadres algunos gatgets desde el viejo New Orleans; (iii) la normalidad pasmosa con que hemos adoptado la noticia de ser el país con mayor número de robos con violencia; (iv) la desafortunada y subjetiva calificación del Ejecutivo Federal a sus opositores; (v) la patrulla policiaca que tantas veces he visto bajarle lana a los franeleros vecinos que solo responden con un encogerse de hombros; (vi) la persona de la que me despedí hace días con prisa, porque debía pasarle dos mil dólares a un periodista al que en la llamada telefónica le dijo “soy Santo Claus”. La desfachatez acrecentada de la corrupción que todo lo invade con su costra negra.
Nos encontramos entonces con una estructura social fundamentalmente defectuosa. Leonardo Curzio hablaba sobre algo incrustado al chip del mexicano que estaba torcido. No creo que tanto. Más lo peligroso es que la anomia en cuanto sentimiento colectivo percibe que la única técnica trepadora efectiva es la de la trampa. Conduce necesariamente la anomia a la alineación y al cinismo de cada elemento de la sociedad bajo premisas equivocadas, y en consecuencia al deterioro acelerado del marco normativo. Necesario es entonces detener esa dinámica peligrosa mediante la aplicación ciega del marco normativo. Aunque parezca circulo vicioso que no tenga fin, y aunque la parcialidad de nuestras autoridades nos llene de dudas.