2.2.10

La línea del arco

Marco Polo describe un puente, piedra por piedra.
-- ¿Pero cuál es la piedra que sostiene el puente?
-- pregunta Kublai kan.
-- El puente no está sostenido por esta o aquella piedra –responde Marco--, sino por la línea del arco que ellas forman.
Kublai permanece silencioso, reflexionando. Después añade:
--¿Por qué me hablas de las piedras? Es sólo el arco lo que me importa.
Polo responde: --sin piedras no hay arco.


La metáfora de Italo Calvino, contenida en el libro Las ciudades invisibles, sirve para interrogarnos sobre el futuro de las ciudades. Sus breves textos son joyas de gozo estético.

Sin piedra no hay arco, ni línea que ellas forman. La metáfora es circular, y habla de la complejidad de la vida en comunidad, la interrelación ciudadana, los equilibrios precarios y cambiantes, la masa humana que por dinámica propia busca el reacomodo.

No distinguir entre las fuerzas del orden y la delincuencia–por ejemplo, rompe el ecosistema citadino, y desmagnetiza la brújula de la sociabilidad. Podrán los Estados-nación perder la capacidad de convocatoria y la administración de lo público. Más las ciudades, desde otras dinámicas, desde otros intereses, deben resurgir con nuevas formas de ciudadanía, con referentes más concretos que las abstracciones nacionales. Al fin de cuentas aquí vivimos, y a partir de aquí deben plantearse soluciones para componer las cosas.

Potenciar lo anterior requiere habitantes que luchen, respiren, salgan, participen, lo cual no está ocurriendo en forma generalizada en nuestras ciudades. Desanimado en sus quehaceres, agobiado por la crisis, el hombre desmoralizado. Ante la violencia desbordada el ciudadano temeroso se repliega.

Herido a mansalva. Lacerado en estridencias. El ciudadano se esconde por temor a lo difuso. Proliferan fraccionamientos bardeados–por poner un ejemplo. Segmentado por el dinero, el hombre se encapsula. No conforme de vivir bajo llave, añade a su muro de contención una barda más, ladrillo y lodo, piedra sobre piedra, caseta de vigilancia incluida y lista de visitante para el que se le ocurra asomarse. ¿Es esta forma de vida la adecuada para crear ciudadanía? ¿Alejados del todo, ciegos de todo, podremos generar un cambio?

Es cierto: las bardas no son sólo físicas. Son barreras incluso contra la apertura, contra la inclusión, contra la libertad, contra el respeto al otro. El hombre se siente extraño en el espacio público. No encuentra al otro y desconfía de él. La ciudad contemporánea es de “islas de otredad”, y yo mismo soy otro para los demás.

Así, escondidos en nuestro propio resquicio ya nada nos importa, salvo nuestra pequeña ventana de dos por dos. Mientras tanto todo a nuestro alrededor se empantana.