29.6.08

Limpias Esferas


(Publicado en El Siglo de Torreón el 29 de junio de 2008. Versión original aqui.
¿Volverá a hablarse –y a tener sentido—aquello del destino compartido? Pareciere que no. Que el ideal de contar con sociedades libres, seguras, participativas e incluyentes, se ha reducido a un grupúsculo de esferas que en su oposición se ignoran y se temen. Ahora no se comparte nada porque la sucesión de latigazos nos ha acostumbrado a cerrar los ojos. Que perforen la nuca, que se sofoquen y terminen tirados, que les echen aire, que se mueran de hambre, pero que no osen invadir ésta, nuestra pequeña y limpia esfera, porque la podredumbre pertenece afuera, detrás de vidrios cerrados.
Preguntémonos porqué está descompuesto todo esto. Y encontraremos respuestas que inundan en lugares comunes: una traumática historia que ha alimentado la desigualdad, una institucionalidad no consolidada, una concepción errónea del servicio público, un influyentísimo a toda costa, una corrupción galopante. La historia, entonces, como reflejo de lo que somos: un país corrupto, desigual, de instituciones débiles, donde el influyentismo todo lo corrompe, y donde con uñas y dientes se defiende las posición de privilegio; los jodidos aquí y los de billete allá.
Es entonces aquí donde nos encontramos. Los de arriba, los de abajo, una clase media debilitada y un cinismo voraz del cueste lo que cueste. ¿Y entonces que vamos a hacer? ¿Continuar trepando y cuidar la retaguardia? ¿Resignarnos a permanecer allí, en la limpia esfera de ojos cerrados? ¿Gritar y largarnos y tirar todo a la mierda? ¿Sucumbir a cualquier esperanza?
Pero poderoso caballero es don dinero y, en tanto fluya, en tanto a este país podamos seguir ordeñándolo, pues para que marcharnos, para que buscar otra cosa, al fin de cuentas los de arriba y los de abajo, las prerrogativas, y para que buscar otros horizontes si no habrá servicio domestico --seguramente, lo cual será más incomodo.
Mejor quedarnos aquí donde ya por lo menos un nivel de confort, algún jardinero, y pues nada, que si los balazos en la esquina y que si los fuegos cruzados, y que si los dientes desechos que piden limosna en el semáforo, pues me encierro y no salgo y de la casa a la oficina y con los ojos bien cerrados, y listo; la piel de elefante sobre todas las cosas.
Entonces así logro conservar lo construido, sigo disfrutando de este esquema desigual por excelencia que da de comer, y listo, igual y le cambio los uniformes a las sirvientas el próximo sábado, porque ya están muy percudidos, y que van a decir las visitas.

22.6.08

La Granja.

Al margen de animales, de gente, de vecinos, yo recuerdo la Granja.

Pasar al agua bajita sumergido, debajo de cualquiera de esos tres túneles.
Entrar mojado a la zona de asadores.
Los nidos en las vigas y los huevos, los huevos de los nidos de las vigas.
El baño, que no sé si estaba sucio, si estaba terroso; que no sé si me daría asco ahora.
Estacionarnos, rodear los arbustos, echarnos al agua.
No tirar las piedras por lo difícil que era saber la profundidad del pozo.
El graznido del chanate en la copa del árbol.
La bajada sorpresiva a las profundidades de la alberca.
De nuevo pasar al agua bajita sumergido, debajo de cualquiera de esos tres túneles.
Un vidrio, tal vez esa suerte, que permitiera entrar al salón, por siempre cerrado, de muebles con olor a tierra.
El torito que espinaba los talones.
Salir por cualquiera de esas puertas del piracanto, a la tierra ardiente, a la tierra agrietada, y el andar por allí entre surcos, hacia los gallineros del fondo.
De esos gallineros cada puerta tenía una reja rota, que habíamos roto, cuya entrada habíamos creado, y donde tal vez buscábamos huevos entre el ensordecedor grito de las gallinas, el cual continua sonando, aquí en mi cabeza, tal vez para siempre.

La Casa

Al margen de animales, de gente, de vecinos, yo recuerdo la Casa.

La escalera de caracol oscura y angosta a un lado de la cocina.
Las frutas de los arboles vecinos.
El escritorio de la biblioteca, sus cajones, toda clase de bolígrafos y de ligas gruesas, pa los billetes.
El callejón trasero que rodeaba la sala –lleno de rosales.
Los dedos engarrotados en ese hueco de la puerta blanca, que los incrustabas ladeados, para abrirla.
Ese especie de cruceta de madera y acero, girarla a la izquierda para destrabar el candado, y el esfuerzo de subir los portones de madera de la cochera que subían en bloques, con su peculiar crujido.
La cochera en sí, la luz y los objetos que en ella había, y los fregaderos, ideales para subir a la azotea.
Un closet profundo en una habitación profunda.
De nueva cuenta esa escalera de caracol oscura y angosta a un lado de la cocina.
La heladera, donde siempre había helado; la alacena contigua, donde siempre había chocolate abuelita, siempre bajo llave.
Los fríos sillones de la terraza, el de mecedora -- por el que siempre nos pelábamos--- y los rasguños de la tela después, cuando ya se volvieron viejos.
El deslizarse inmaculado en el barandal de la escalera, del cual –siento decir—fui para siempre el mejor exponente.
De esa escalera cada peldaño tenía un tubo, y cada tubo un especie de segurito que destrabábamos para juntarlos y deslizarlos en el barandal, y que por obra del espíritu santo sobrevivieron para siempre.

21.6.08

Periodista Ciudadano

(Publicado en El Siglo de Torreón el 22 de junio de 2008. Versión original aqui).

El hombre se mueve por donde lo dejen. Las conductas infiltradas abundan y las inquietudes y las complicidades son compartidas. Los movimientos sociales surgen espontáneos y los hombres reconocen sus ojos entre las multitudes. Los cerebros, a través de instrumentos de contacto –de medios de divulgación—conducen el cauce por los senderos elegidos. Las motivaciones abundan: liberación de cadenas, lucha por respaldo colectivo, grito ante demandas no todas legítimas, lucha por poder, entre otras. En la actualidad, a través de los largos brazos que brindan los nuevos medios, el ciudadano de a pie está participando en esas luchas y está encontrando conductos para la exigibilidad y el criticismo.
Un movimiento opositor en Internet anda armando revuelo en Cuba por estos días. Sus bastiones más visibles son el blog Generación Y de Yoani Sánchez, y Penultimosdias, editado por Ernesto Hernández Busto. No hablaré de las visitas totales que reciben porque los inundaré de números, limitándome mejor a decir que Yoani Sánchez, una delgada y frágil filóloga cubana de poco más de 30 años, recién fue galardonada con el premio español Ortega y Gasset, e incluida por la revista Time entre la lista de las 100 personas más influyentes del 2008.
Su esfuerzo logró recorrer los caminos de piedra de la Habana Vieja hasta las notas en los diarios internacionales. Lúdico en todo momento, y en un comienzo apenas deseo individual de expresión, el blog Generación Y se ha convertido en bola de nieve, cuyas dimensiones han merecido incluso encabezados de El Comandante contra La Bloggera.
Detrás, además, hay una historia de clandestinidad y persecución, y un tema que vende en demasía. Ante el bastión profundo del debate sobre la realidad cubana, ante los ánimos encontrados y una coyuntura compleja de intereses diversos, el movimiento ha encontrado el respaldo de la comunidad internacional y una virulenta propagación de visitas. Sobre la mesa se ha colocado entonces un experimento político por demás novedoso, cuyo desenlace y valoración será sin duda a analizar en el marco teórico de participación ciudadana y movimientos colectivos.
De cualquier forma se vislumbra desde ahora la importancia que en un futuro tendrá el periodismo ciudadano. Que alguien nos diga exactamente que está ocurriendo en la Calle Sexta, sin cortapisas ni filtros que sopesen la verdad, motivados por los intereses de grupo. Que alguien nos diga en realidad donde el hambre y donde los muertos, sin que la estadística sucumba al oficialismo maquillador de todos los días. Que alguien nos diga de verdad cuanto en el bolsillo y cuanto por abajo del agua, sin que el poderoso caballero solamente se lleve la mano a los labios y pida silencio.
Esta semana he visto nuestros noticiarios nocturnos y sigo al borde del vómito. La uniformidad, el aburrimiento en demasía, la ausencia total de análisis y la presencia del amarillismo a toda costa, son cosas de todos los días. Sin embargo he percibido algo diferente en medio de tal decadencia: los comerciales son por demás barateros y los productos desconocidos al extremo. El hartazgo ha hecho que los ratings mengüen. Ha cobrado factura la decadencia del obsoleto formato noticioso oficial, reflejo de la manipulación acostumbrada. Que no nos sorprenda que pronto desaparezcan esas corbatitas tersas con su cara de espanto. Más, ante todos los vacios que pronto se llenan, es preciso apoyar y generar conductos que desde su independencia (y no solo en concepto), pudieran brindar mejores resultados en la búsqueda de un estado democrático y una estricta rendición de cuentas de las autoridades. Las nuevas tecnologías son un buen instrumento. Veremos cómo se desarrolla todo esto.

15.6.08

Graduales Abandonos

(Publicado en El Siglo de Torreón el 15 de junio de 2008. Versión original aqui).

No abandonamos las cosas al envejecer, sino son ellas las que nos abandonan.
Recientemente me he encontrado con esa frase sin reparar en su significado. Por allí la escuché, esporádica, en algunas ocasiones, en los labios enmohecidos de algún tendero de esquina, de la señora que olvidó los lentes sobre la mesa, de algún párrafo del libro que ahora en mi mesa descansa. Hay algo en el paso del tiempo que tiene tintes de drama; algo de desmigajarse de pan todo cambiante; de pequeño reloj de arena; de ir muriendo poco a poco al ritmo de las memorias.
Las teorías de la tierra como ser vivo, integral y abundante, son fantásticas. Un árbol aparejado a la oruga, entrando aquí mismo en contacto con mis pies descalzos sobre el pasto; el sol resplandeciendo en mi cara, la concordancia exacta de los astros y el breve mosquito que ya de volar chueco en la pared se estrella. Se habla del zen, de vida integral, de noción de armonía; de algo que existe aunque ignoremos a que nombre responde. Hay ocasiones en que nos sentimos bien. En donde parece todo haberse alineado, como si nos hubiéramos echado los tacos correctos, y el día fluyera sin desazón de mente, sin pesadumbre de cabeza en los parpados.
Hay otros días sin embargo que son diferentes, que parecen volar sobre nube negra. La teoría es que entre ellos–entre los diferenciados días negros y blancos—hay una desconexión extraña que todo lo rompe, que disecciona el acontecer como un grito entrecortado, surgiendo de ello el desapego, el abandono de las cosas otrora disfrutadas. Todo ello se asemeja al romperse de un nudo que une a dos cuerdas; es como cortar un hilo de pronto, y volverlo a pegar desde distintas hebras. Es sicología pura –al final de cuentas.
Ayer hice una larga fila para abordar un avión, y coincidió ser frente a un espejo, cuadro de nosotros mismos, laboratorio de nuestros gestos. Inmóviles permanecimos todos durante más de media hora, con el mismo crispado entrecejo, el mismo gesto de pasmoso aburrimiento que no quita la vista del frente. Ningún alto ni esbelto se encorvaba, todos parecíamos desinflados, agotados en el viernes nocturno, y con el peso del tiempo sobre nuestros hombros.
Peso del tiempo que se apareja al despojamiento existencial y físico. En donde el mundo y sus relaciones cambian frente a nuestros ojos, como cuando de pronto se nubla, y la luz es distinta, y el todo cambiante frente al prójimo, frente a las cosas, frente a nosotros mismos. Un cambiante profundo plagado de desapegos. Como aquellas aficiones que se desgajan también con el paso del tiempo.
Antes yo chachareaba más en el mercadillo de la 11, por ejemplo, y hace días que fui, apenas me agache una vez, sólo para tomar con mis manos un encendedor con texturas de crustáceo, y ni siquiera pedí el precio. Ocurrió algo semejante hoy por la mañana. Sucede que al Motown insólito de Marvin Gaye lo descubrí hace años gracias a Raquel, una chica que entonces frecuentaba, y que logró aficionarme a su brillantez y a su gozo, a su lineal y sollozante melodía, hasta que pasaron los años y lo abandoné de pronto. Hoy que encontré su disco cubierto de polvo decidí ponerlo de nuevo, después de tantos años.
Y lo puse en parte para ambientar la historia, pero también para poner algo de ritmo a la opresión de estas teclas (escribo en teclado), como pianista de ojos cerrados. Pero entonces Marvin Gaye sonó distinto. Algo hubo en esos años de polvo, de su ritmo negro que quiso acercarse, del olor a incienso de la pedregosa nuca de Raquel que quiso acercarse en fragatas, pero no, no pudo, ese pasado desapareció ya para siempre, y las hebras ya rotas ahora lo contemplan desde las cúspides abruptas de la nostalgia. Abandonadas entonces las cosas con el tiempo, empolvadas, pierden las conexiones que alguna vez nos llenaron de frescor, como los pies descalzos sobre el pasto, irremediablemente. Sicología pura –al final de cuentas.

12.6.08

Cafe Matutino

Salgo a la calle, veo terrazas, y recorro las carcajadas de todos, los que sabroso cafetalean con vasito inmaculado de tapa aséptica, y un breve aro de cartón por aquello del no te calientes. Reparo apenas en el logotipo mientras sigo adelante...
hasta aterrizar en la esquina contraria de vacio estanquillo, de trapo tal vez percudido pero café superior, finalmente, donde la plata cae directo al bolsillo del buen Joaquín, quien curado de espanto me cuenta sobre la piedra que le sacaron de la vejiga hace dos martes..., y concluye así, con un mordisco al puro que casi lo arranca --tio, una más de sus múltiples conversaciones matutinas.

10.6.08

Biografia de una Mano

Desesperada mano que grita.
Llama principalmente la atención la uña negra y el nudillo central..., y el razgo de distención en el instante; gesto de absolución con tintes de basta.

8.6.08

El Grito

(Publicado en El Siglo de Torreón el 7 de junio de 2008. Versión original aqui).
Crecimos con el Libro como objeto fetichista y entre la exaltación omnipresente del lenguaje. En su momento André Gide mencionó que sólo por la forma duran las obras de los hombres; además de decirse algo “coherente”. Menuda loza sobre los hombros: utilizar estéticamente el lenguaje con el objeto de que las intenciones expresivas concuerden con la manifestación verbal. Punto y coma exacto cual cereza de pastel.
Pero ese intento de verborrea inacabada pareciere imposible ahora, en estos días, en que los límites de lo inexpresable todo lo rodean, y las letras no encuentran forma de sujetar el contenido de tanta angustia que rodea al hombre contemporáneo. Las letras compiten con las imágenes y parecen perder, parecen frágiles, inmóviles y vacías, sin futuro alguno. Hay que defenderlas, sin embargo, porque sólo ellas hablan en silencio.
¿Qué hacer entonces para potenciar las letras –qué medios utilizar-- ante la invasión que parece irremediable, ante la omnipresencia de las imagines cuyo ataque es directo, y es frontal, y cuyo mensaje finalmente no requiere esfuerzo mayor del destinatario, porque todo lo alcanzan, porque todo lo cubren?
Por lo general los nuevos medios traen consigo un ruido inacabado y continuo, donde se termina diciendo nada, por más que se grite. Vemos un video, vemos otro, una foto, pasamos rápido la página, y apagamos con las prisas el monitor entre un mareo incipiente cuya proveniencia ignoramos. Precisamente Munch trazó un hombre en un puente, y lo puso gritando, y la mar azul y curvilínea, y los incendios rojizos del cielo noruego; precisamente hay noches en que algo sofoca, algo oculto, y, sin saber que es, solamente alargamos el brazo tembloroso, el control remoto y su caluroso confort. Un grito parece desprenderse ahora, desde las cuencas de los ojos, y con desazón y vorágine le damos la espalda, ignorando cómo expresarlo.
Hay personas que comparten nuestro pasado, y a los que entrañablemente queremos, aunque no frecuentemos. Hay memorias de ellos, o sobre ellos, que sin embargo no se borran. La vida misma y sus difusos caminos podría luchar por separar a los hombres, más aunque eso ocurra hay un dedo entrañable que une, que toca, que conecta, que sabe la forma en que dos almas pueden estar juntas, como entonces. Pensamos en eso hasta que llegan las fotos con sus mensajes ocultos.
Tropezamos en la red con algunas placas que ha colgado ese amigo entrañable –por ejemplo—los últimos periplos del viaje en turno, la primera sonrisa de la niña de sus ojos, las arrugas que no conocemos. Esa imagen que ha colgado es de sus hijas, y su sonrisa que apenas se refleja, la diadema amarilla, el desequilibrio que parece más por sostener a la pequeña que se viene cayendo. Veo la foto y siento algo… más las prisas de apagar el monitor impiden reparar en lo fundamental: que aquel amigo ha fluido, y con él su descendencia plagada de cachetes rojizos. La imagen es de las múltiples que hemos visto hoy. Más es esa, justo esa, la que conecta con el pasado, con la esencia, con los cables que indican el camino del sentido, aunque parezca imposible.
Entran entonces a jugar las breves y limitadas palabras. Son sólo ellas las que pueden gritar en silencio. Aunque todo ocurra aquí adentro. En la boca del estomago que fluye llena de líquidos. En la acidez que parece subir e invadir la tráquea. Ese líquido pastoso, que raspa incesante, que sirve para escupirlo al papel por más que lo neguemos. Ese grito de Munch que puede ser agudo o grave o tal vez entrecortado, y no largo y continuo como siempre lo he imaginado. Pero no sé. Nunca las intenciones expresivas concuerdan con la manifestación verbal. Aunque lo intentemos. Aunque sepamos que solamente las palabras pueden ayudarnos a buscar ese algo, porque sólo ellas pueden gritar en silencio.