Al margen de animales, de gente, de vecinos, yo recuerdo la Casa.
La escalera de caracol oscura y angosta a un lado de la cocina.
Las frutas de los arboles vecinos.
El escritorio de la biblioteca, sus cajones, toda clase de bolígrafos y de ligas gruesas, pa los billetes.
El callejón trasero que rodeaba la sala –lleno de rosales.
Los dedos engarrotados en ese hueco de la puerta blanca, que los incrustabas ladeados, para abrirla.
Ese especie de cruceta de madera y acero, girarla a la izquierda para destrabar el candado, y el esfuerzo de subir los portones de madera de la cochera que subían en bloques, con su peculiar crujido.
La cochera en sí, la luz y los objetos que en ella había, y los fregaderos, ideales para subir a la azotea.
Un closet profundo en una habitación profunda.
De nueva cuenta esa escalera de caracol oscura y angosta a un lado de la cocina.
La heladera, donde siempre había helado; la alacena contigua, donde siempre había chocolate abuelita, siempre bajo llave.
Los fríos sillones de la terraza, el de mecedora -- por el que siempre nos pelábamos--- y los rasguños de la tela después, cuando ya se volvieron viejos.
El deslizarse inmaculado en el barandal de la escalera, del cual –siento decir—fui para siempre el mejor exponente.
De esa escalera cada peldaño tenía un tubo, y cada tubo un especie de segurito que destrabábamos para juntarlos y deslizarlos en el barandal, y que por obra del espíritu santo sobrevivieron para siempre.
Actualidad
(3)
Creación
(3)
Microcuento
(3)
Politica
(3)
Cortazar
(2)
Mexico
(2)
Chile
(1)
Fotografia
(1)
Planeación Urbana
(1)