22.6.08

La Granja.

Al margen de animales, de gente, de vecinos, yo recuerdo la Granja.

Pasar al agua bajita sumergido, debajo de cualquiera de esos tres túneles.
Entrar mojado a la zona de asadores.
Los nidos en las vigas y los huevos, los huevos de los nidos de las vigas.
El baño, que no sé si estaba sucio, si estaba terroso; que no sé si me daría asco ahora.
Estacionarnos, rodear los arbustos, echarnos al agua.
No tirar las piedras por lo difícil que era saber la profundidad del pozo.
El graznido del chanate en la copa del árbol.
La bajada sorpresiva a las profundidades de la alberca.
De nuevo pasar al agua bajita sumergido, debajo de cualquiera de esos tres túneles.
Un vidrio, tal vez esa suerte, que permitiera entrar al salón, por siempre cerrado, de muebles con olor a tierra.
El torito que espinaba los talones.
Salir por cualquiera de esas puertas del piracanto, a la tierra ardiente, a la tierra agrietada, y el andar por allí entre surcos, hacia los gallineros del fondo.
De esos gallineros cada puerta tenía una reja rota, que habíamos roto, cuya entrada habíamos creado, y donde tal vez buscábamos huevos entre el ensordecedor grito de las gallinas, el cual continua sonando, aquí en mi cabeza, tal vez para siempre.