16.9.10

Julio Cortázar sobre el Jazz, y un pequeño fragmento de la La Vuelta al Piano de Thelonious Monk.




Ahora se apagan las luces, nos miramos todavía con ese ligero temblor de despdida que nos gana siempre al empezar un concierto (cruzamos un río, habrá otro tiempo, el óbolo está listo), y ya el contrabajo levanta su instrumento y lo sondea, brevemente la escobilla recorre el aire del timbal como un escalofrío, y desde el fondo, dando una vuelta por completo innecesaria, un oso con un birrete entre turco y solideo se encamina hacia el piano poniendo un pie delante de otro con un cuidado que hace pensar en minas abandonadas o en esos cultivos de flores de los déspotas sasánidas en que cada flor hollada era la lenta muerte de jardinero. Cuando Thelonious se sienta al piano toda la sala se sienta con él y produce un murmullo colectivo del tamaño exacto del alivio, porque el recorrido tangencial de Thelonious por el escenario tiene algo de riesgoso cabotaje fenicio con probables varamientos en las siertes, y cuando la nave de orcura miel y barbado capitán llega a puerto, la recibe el muelle masónico del Victoria Hall con un suspiro como de alas apaciguadas, de trajamares cumplidos. Entonces es Pannonica, o Blue Monk, tres sombras como espigas rodean al oso investigando las colmenas del teclado, las burdas zarpas bondadosas yendo y viniendo entre abejas desconcertadas y exágonos de sonido, ha pasado apenas un minuto y ya estamos en la noche fuera de tiempo, la noche primitiva y delicada de Thelonious Monk.

La vuelta al piano de Thelonious Monk (fragmento), Julio Cortázar.