18.9.10

Rastro Invisible

Fue en un día lejano cuando coincidimos de nuevo –y por última vez, en el fondo esquinado del parque.
Si mal no recuerdo nos encontramos un sábado, en ese sitio donde unos y otros sólo se murmuran a veces, y si acaso se dirigen la mirada, es muy de vez en cuando; excepción a sus encuentros furtivos.
Tal fue nuestro caso, al menos de principio.
Después pasó el tiempo desmoronándose todo, y cruzando no sé qué palabras repetiste la palabra Celos. No me importó. Yo levanté la cara a los arboles, deseando quedara claro, que no había venido a experimentar con gritos; a los delatores, prefiero, cerrarles los espacios. Pero entonces, en ese largo parque, y en esa banca lejana, parecíamos, entre una oscuridad ficticia, dos cuervos sin buscar algo. Te adelantabas manoteando confesando sin razones, casi me gritabas salivando. Tu gabán azul, taladrada la arracada al pezón, una línea negra tatuada bajo tu pestaña, remataba flecha curvilínea justo al borde de la frente. Recuerdo que salivabas y que me gritabas a centímetros de distancia.
Pero… ¿ya conté de donde venía yo, o que hacia allí?
En realidad no sé si ya lo dije. Tanto ruido y violencia desubica, se vuelven incoherentes las historias, se resisten los recuerdos a formarse como solían hacerlo. Yo solo sé que ese parque existía, y que cuando entraba la noche lo visitábamos como fantasmas. Sus abismos servían para desaparecer de la vida, para husmear la presa siguiente, sus hábitos, manías, sus momentos de descuido; caminaba lentamente por sus bordes, en el interior por sus senderos, con un olfato atento, casi todos los días, entrada la noche. Me sentaba en alguna de sus bancas frotándome los nudillos en la madera crujiente, hasta que algo ocurría, hasta que se manchaba de sangre.
Regresan entonces a mi memoria sus gritos, salivando en esa oscuridad ficticia:
“!un cuchillo a todo lo largo, o la segunda falange, nada mas…!”.
“¿Hay diferencia?
¡Ehhh!
¿Sangrará igual?”

***

No puedo continuar narrando al detalle porque nos invadió la violencia y es difícil recordarlo. Tengo en la memoria un gusano que taladra: el vaho caliente de un cigarro oscuro, las cicatrices en sus pliegues, su sexo húmedo, cuando empezó todo. No puedo narrar al detalle porque fue como cuando en un cruce de cebra, por ejemplo, de una calle a otra, una llanta desparrama el cuerpo de un pájaro, y no reparamos si es chanate o chilero: es pájaro muerto que un niño levanta sin asco del ala; y su sangre, que pesada cae del pico, se asemeja a esa otra, que también circular y espaciada, se fue salpicando a lo largo del piso, dejando las etiquetas precisas que después marcarían un rastro.