10.1.10

Actuar Ahora

¿Acaso ya nos desviamos?

¿Acaso el trauma de nuestro nacimiento, las crisis atroces, la transición fracasada, ha terminado por ligar nuestra idiosincrasia al fracaso?

¿Acaso encausarnos a la legalidad es ajeno a nosotros, es imposible transitar hacia la normalidad democrática? ¿Acaso mi generación está destinada a sobrevivir en el cochinero en medio de la tranza? ¿Acaso la generación que viene tendrá un mejor país? ¿Es más sensato abortar?

Son estos colores lo que amamos tío, estos olores. Por ello lastima verlos desmembrarse, atados al no progreso. Preguntémonos dónde estamos atorados. ¿Acaso ya nos desviamos? ¿Estamos destinados a vivir en un círculo vicioso de conductas, de actitudes, de respuestas?

Los rasgos culturales de las sociedades se moldean con el tiempo. Inciden en ellos el medio ambiente, las relaciones con los otros, la economía misma, la política pública, las cicatrices de la historia. Este bloque de más de 100 millones es un enjambre complejo, un tubo de ensayo nitrogenado. Súmele usted una frontera de miles de kilómetros, con la primera economía del mundo, y lo que tenemos es Tijuana –el paradigma, el cruce fronterizo más transitado del mundo. Eso somos. Una fuerza cósmica que por historia y presente debería ser puntera. Pero no hemos sabido encausarla. Ahora pareciere problema no ser homogéneo, sino un mosaico tortuoso de intereses que no embonan.

Porque precisamente en nuestro mosaico hay fuerzas fácticas cuyos intereses aprisionan, nos limitan, nos detienen (sindicatos, la ciega oligarquía, la burocracia misma, la clase política). Grupúsculos cuya visión particular compromete a la generalidad, bloquean los cambios, fragmentan nuestra idea de futuro. El diagnostico podría ser claro, pero hay quienes toleran la mancha del pulmón --en la radiografía que el doctor muestra a contraluz, porque son precisamente ellos el cáncer, y de él se alimentan.

¿Acaso de nuestra desviación no hay retorno?

Incluso para el pragmatismo cínico es complicado proponer opciones. Cuesta trabajo confiar en la política como herramienta del cambio. A la reforma política, recientemente propuesta por el Ejecutivo, ya le vemos moros con tranchetes, resquicios por donde se escurrirán los bribones. Desconfiamos de la banca de un lado. Cuesta trabajo convencernos que nuestra institucionalidad podrá generar los brazos necesarios para girar el timón. Pocas herramientas hay, para hacer a un lado a los agentes del no-cambio. Todo lo cooptan. Con regularidad compran los votos mismos. O silencian las bocas.

La razón me dice que las soluciones deben buscarse dentro y desde la legalidad. Sin embargo, el inmovilismo --la sensación de retroceso, desespera a todas luces. Es ahora el tiempo, por ejemplo, de aprovechar de lleno la vecindad con Estados Unidos, o de hacer valer el mayor bono demográfico de nuestra historia –nunca ha habido más personas en edad productiva.

No aprovechar nuestras oportunidades de ahora, no cambiar, no avanzar, será un fracaso de costes históricos. Por ello impera definir prioridades e identificar (atajar, erradicar) las fuerzas que se oponen al cambio. Aquí no hay festejos señor Presidente. Su figura, debilitada por sanos contrapesos, tiene aún la fuerza para generar coherencia, fuerza que nace de la historia. No más discursos que a nadie motivan. La desazón es generalizada y peligrosa, caldo de cultivo para los no demócratas.

Necesitamos que haga valer su investidura y recurrimos a su liderazgo. La decisión es ahora (identificar, atajar, erradicar), aunque haya facturas por pagar o compromisos asumidos. La magnitud de los desafíos requiere mucho más que acciones de coyuntura, discursos con buenos deseos. Fallar derivará en mayor incertidumbre, desequilibrio, alimentará aun más las intenciones de los no demócratas, y acabará desmoronándonos del todo.