9.10.10

Letanía Neutral


… de que el tiempo se escurra sin noticias y la realidad no sorprenda, de eso parece tratarse toda esta historia que no termina de ocurrirme. Es como estar ahorcado por una letanía neutral e incandescente; un caer interminable al abismo de sus ojos.



Ni siquiera la calle logra distraerme. La veo desde mi balcón, adornada de faroles que atardecen, se alarga serpenteando bullicios, lo que me lleva de nuevo a sus ojos negros, al recuerdo de nuestro árbol en esa tarde de pájaros. En la esquina un grupo de estudiantes golpean un poste quitados de la pena, los veo gritar, correr carcajeándose. Pero en realidad la estoy recordando.


Allí a la izquierda, a un costado, está esa tintorería, por ejemplo, en los bajos del que fue tu edificio, y pasos más al frente la escalera sumida gastada que da al subterráneo, accede al rio de autos por donde solías marcharte. Ahora todo parece fluir adormecido. A mi lado los arboles cambian de color apenas temblando. Los negros desagües del edificio vecino parecen verticales insectos doblados. El viejo con sombrero de flores escupe gargajos a los peatones.


La primera vez que te vi fue justo en esa calle. Yo había salido al balcón a fumar, como ahora, y mientras la ceniza deshaciéndose, surgiste caminando, cruzando cuidadosa el paso de cebra, esperando un taxi, agarrándote el pelo, cerrando los ojos…: mujer de zancada grande bajo la lluvia. Pero eso fue hace tiempo, sin embargo, antes que me adiestraras sobre las capacidades recovequiles de la lengua, o que me enseñaras a chiflar sin los dedos.


Sobre lo primero necesitaría más palabras para hablar, y huidizo buscaría un vocabulario mas liquido, digamos, para ahondar en vértigos, y para lograr que estas gotas aceitosas mojen solo con la puntita esa línea erizada de piel, y rozarla así, nada más, con el borde, muy despacio…; sobre lo segundo, emulando a Cortázar, debería bajar corriendo la escalera que da a la calle hasta el domingo 7 de noviembre, justo un año atrás, uno baja los dos pisos y ya es el domingo, y casi me atropella tu chiflido al taxi, desde la banqueta lluviosa.


¿A dónde vas? –alcancé a preguntar.


Pero tu respuesta, más que un silencio, fue estamparme la puerta en la jeta con un chin-ga-tu-ma-dre quedito no estés molestando.


“¡Ah cabrón --pensé…, esta pinchi vieja si se me alucinó de plano!” Pero no me desanimé, y continué con mi vida.


Así que un mes puede pasar rápido, sin lugar a dudas, y desde el balcón respirar, entrar, cruzar, acceder, bajar, comprar, regalar, gritar y, principalmente, observar…, y del balcón a tu información media un paquete de post its, más o menos los necesarios para importunarte: la hora exacta en que salías a la parada del subterráneo, por la mañana, aun con el pelo húmedo.


Entonces un circunstancial cruce de caminos comenzó a suceder con consistencia de magia. Su piel era transparente, la cabeza redonda, sus ojos negros, arracada sutil apenas rozando el pliegue superior de la oreja derecha, una zancada grande de andar y volver y regresar, así durante todo el día. Hubo algunos encuentros iniciales que recuerdo nítidos: en el supermercado moviendo el letrero del precio en el montículo de fruta, o en la tienda de Té, levantando la nariz mientras abanicaban los olores del bote metálico.


Pasaron las semanas, hizo un poco más de frio, y nuestras costumbres conectadas acrecentaron los encuentros, y entonces la indiferencia esbozó media sonrisa. Las palabras surgieron en una tarde de plaza: y otro día por primera vez nos rozamos las manos. La autentica carcajada echada atrás, que se veía venir, y que después explotaba entre dientes como grito cavernario. Una tarde, quitada de la pena, mencionaste estar en tus días y que andabas liadilla. Te encontré después en una tienda con el disco de Radiohead en la mano: “Creep” –dijiste al despedirnos, con una sonrisa que no acabo de descifrar, y aun no sé si a mi te referías. La primera vez que entraste a mi departamento hablabas de Nirvana.


“Se suicidó, sabes, Kurt Cobain?” “Ya no pudo vomitar tanta autenticidad”.


“Fíjate”: --decías enfática: y ponías el video del hombre que vendió el mundo, el de Geffen Records, y lo escuchabas con una mirada que no era tuya, que no existía, la ideal para acompañar a esa guitarra llorando.


A partir de esos días y durante los meses siguientes nos fuimos fraguando. Nuestros cuerpos comenzaron a cohabitarse con frecuencia, su lengua a desinhibirse mostrando atributos, la toma de casa lenta y sin hostilidades, de ropa imperceptible inundando las repisas. Esos fueron días de luz, pero también de silencio. Algunas veces por las noches no había palabras, aunque yo lo intentara. La veía encerrarse en el baño, extrañamente, durante horas, y solamente la luz al fondo del corredor, desde donde escuchaba sus ruidos. Después quitada de la pena hablabas de alfajores, que íbamos a comprar calle arriba. Otra noche ruidos y luces y encerrada de nuevo por horas, y no se que más decir. No quiero hablar porque nunca lo entendí. Cuesta incluso trabajo escribirlo. Eran como yagas pero como que en la palma de la mano unas marcas rojizas, y no me contestaba y hasta mañana, recargada en la almohada, sin hablarme.


Y el día siguiente mostraba un fluir sin evasivas: ¡vamos nada más a caminar! ¡Siente el viento, con confianza, el mundo está abierto, chifla, hazlo así! --me gritaba, ¡hazlo sin dedos!, con la cara al viento, ¡súbete a esta piedra!


Y por la tarde Freddy Mercury frente al piano.


“Pocos como él” --decías, hablando de Freddy por media hora, sus costumbres, su vida, siempre Freddy. “¿Sabías que nació en Zanzibar y descendía de persas?” --preguntabas, sobando tu panza liquida, con un ademan circular para invocar a la fuerza.


Y después la madrugada la pasábamos sumidos en el vertiginoso encuentro de nuestros cuerpos.
Y el día siguiente, o las semanas siguientes, de nuevo tus rutinas en el baño, la luz, el largo corredor, tus marcas rojizas, el silencio…


!Te lo dije desde el primer día! –respondiste de mala gana esa noche: un chin-ga-tu-ma-dre quedito no estés molestando.


Y no te volví a ver. Esa mañana nos despedimos cada quien a sus ocupaciones, y desapareciste desde entonces. Ignoro cualquier detalle: es como estar ahorcado por una letanía neutral e incandescente.