Publicado en el Siglo de Torreón el 20 de julio de 2008. Versión publicada aqui.
Lo ocurrido en Torreón, Coahuila --en el norte de México-- en las últimas semanas es paradigma de los vicios estructurales del país. No estoy hablando de los encarnizados actos de violencia que aún persisten en esa región (y su diaria cuota de muertos), sino de la reciente demolición de un distribuidor vial mal construido y los 150 millones de pesos tirados a la basura por culpa de quienes estuvieron involucrados en el proyecto. Semejante vergüenza ocupó los encabezados en la prensa nacional. Montonal de billetes ciudadanos quemados, tirados a la basura, y todo por las culpas de otros.
En el mismo tenor, recientemente ha habido una serie de desplegados a propósito de un añejo conflicto inmobiliario en Torreón, Coahuila. Uno de dichos desplegados, firmado por uno de los empresarios involucrados en el conflicto, contiene en su párrafo final una serie de conceptos que creo necesario traer a colación en el marco de los errores del distribuidor vial: a) restaurar el estado de derecho; b) revertir los efectos negativos de un proyecto viciado de origen; c) la estructura corrupta imperante en el pasado reciente, d) que sobrevive en perjuicio de la sociedad disputando espacios al poder público. El párrafo resume en pocas líneas un problema toral: la corrupción imperante ha perjudicado a la sociedad en beneficio de grupos. La voracidad y el cinismo es pasmoso. Es necesario gritarlo y denunciarlo.
Entonces no me sorprende que el contenido de un desplegado, elaborado sobre los problemas y corruptelas de un proyecto inmobiliario ubicado en la carretera a San Pedro, Coahuila, calce como anillo al dedo a los problemas y corruptelas de la VERGÜENZA del fallido distribuidor vial ubicado en la carretera a Matamoros, Coahuila. Más bien me tranquiliza. Al menos sabemos que detrás de la corrupción y de la voracidad se encuentra la génesis y el resultado y la solución: los pilares de los puentes tronaron desde adentro, y colapsaron, como debieran de tronar los responsables de semejante atropello a la razón.
El ejercicio de la función pública no es solamente la venta de favores, el dedo elegido que determina al contratista de su preferencia, el discrecional flujo de recursos; no, la función pública es conducción de la política al amparo de un marco normativo, la estricta rendición de cuentas y, en caso de fallar en su cometido, la correspondiente responsabilidad de los servidores públicos. Eso es lo que debemos exigir con todos los dientes.
Debemos gritarlo. Porque “perjuicio a la sociedad” no es frase bonita, no es eufemismo alguno, sino que su significado es de torpeza, de falta de efectividad, de falta de profesionalismo en el quehacer político. Su significado son errores que cuestan dinero a la sociedad. Es lana constante y sonante. Son 150 millones de pesos tirados a la basura por errores. Es dinero que bien pudiera haber sido destinado a otros fines en esa región de tantas carencias.
No estoy aquí para señalar culpables pues carezco de los elementos. Más los hay tanto en el ámbito gubernamental como en el privado. Es demanda puntual de la ciudadanía el realizar una investigación objetiva y transparente, sin pisca de componenda o complicidad política. Es demanda puntual de la ciudadanía el conocer sin velo alguno los errores y sus responsables. Carecer de esa información puntual sería una muestra más del círculo corrupto de complicidades que se cierra. Hay un antes y un después. Hay acciones que fortalecen y otras que degradan. Hay fieles de balanza que debilitan aún más a las instituciones, dejándolas como simples objetos temporales prestos a la mejor componenda. Esta es una de ellas.
El perjuicio ciudadano alrededor del ya occiso distribuidor vial se resume no sólo en pérdidas millonarias, sino en las molestias que causó todo el proceso y las que seguirá costando (hay un intangible adicional de bilis derramada). Ante esa situación, debemos exigir con todos los dientes que el asunto se transparente. Porque de no ser así nunca saldremos de la alcantarilla lodosa en la que estamos metidos. Porque mientras todo esto subyazca no saldremos del atolladero, y seguiremos entonces siendo el país de tercera de siempre, aunque cueste decirlo.