5.10.08

Manu Chao



Publicacion aqui.

Así es hermano. Existen personajes que condensan el latir de una época. Manu Chao es uno de ellos. Pertenece a la misma estirpe de Lennon. Quien con sus gafas redondas y ese traje blanco desenfadado, tranquilo, de la mano de Ono, resumía a cada paso de sombrero enorme la libertad existencialista de esas décadas ya perdidas. De la misma estirpe del Elvis. Quien con el copete al cielo y cintura de vértigo, tranquilo, modulaba la voz para despertarnos del letargo mundial en el que nos habíamos sumido, la guerra mundial, el Rock and Roll a la vuelta de la esquina.
Así justamente le toca ahora gritar a alguien hermano. En estos tiempos. Nos toca gritar a todos lo que vayamos pudiendo. Porque sin duda esta época nuestra es fuerte. Es dura. Es de migraciones –de mutaciones. De ningún escrúpulo –de utilitarismo a ultranza. De desalmados. De un número que se resume en una estadística. De rascarse la espalda con las uñas propias, aunque todavía haya quien se chupe el dedo pensando que podrán cambiar las cosas.
Es entonces cuando la voz de Manu Chao se convierte en imprescindible. La fotografía de cualquier deambular nocturno donde en la calle nos ignoran. Donde los hombres y los sueños y los individuos caminando como hormigas. De locutorios llenos, hablando a casa, lejana, tan solo para escuchar su nombre. De ese hermano que se te murió en Ecuador, por ejemplo, sin que tú estuvieras. Y de todos nosotros. Nosotros que no sabemos dónde. Que no sabemos cuándo. Que no sabemos qué. De todos los solitarios con nuestra carga individual de sueños. Y ustedes hermano, el bueno de Patricio y la buena de Andrea, haciendo su historia con todas las fuerzas. No deja de haber alrededor de todo un dejo de tristeza, y un dejo de nostalgia muy bello, rodeándolo todo.
Pero así es hermano. Por suerte la novedad es que Manu Chao tocará hoy por la noche en el Foro Sol, en esta la región más transparente del aire. Y que vamos juntos. Se precisa entonces de inmediato cerrar estas líneas, porque ya es turno de terminar de hostigar la tarde junto a nuestras mujeres, unos tacos de marlín, porque no, y algunas cuantas cervezas, sólo las necesarias para llegar tranquilo a la grada esperando que las luces se apaguen, sumiéndonos entonces en ese mundo de idas y vueltas –de transeúntes—que día a día y a consta de puyazos continuamos haciendo.