Publicado en el Siglo de Torreón el 10 de agosto de 2008. Versión publicada aqui.
Transcribo sin edición alguna un correo electrónico masivo que me llegó hace días: “Les parece si el 6 de septiembre organizamos una marcha nacional en contra de la inseguridad? Comencemos hoy, tenemos un mes. Se tienen que tomar medidas extremas como ubicar al ejercito en las calles de las ciudades mas importantes, penas inmensamente mas severas a las actuales, enajenación de bienes materiales a todas las personas, amigos y familiares de quienes estén ligados al crimen, telefono nacional de denuncias, policia nacional (bien pagada y semimilitar), recursos para policia cientifica y secreta altamente profesionalizada. Al funcionario publico que este ligado al crimen que se le de cadena perpetua, etc. Vamos, si se puede, no solo en el fútbol se tiene que gritar esto. Que salga de la Explanada de CU hasta el zocalo capitalino. y en cada ciudad del país una marcha similar como la ven? Pasen esto y recuperemos nuestro país, si te quedas callado ya perdimos, envia este correo a tus amigos Fernando Martí Haik.”
El texto –cuyo autor desconozco—es en sí una radiografía del país. Trasluce lo que la comentocracia denomina tejido social roto, y contiene implícita una barrera clara: ellos y nosotros. Seguramente las letras provienen de un grupo selecto y cibernético, una clase pudiente que se atreve a hablarse de tú, con la ligereza de quien pasa la servilleta por la mesa para limpiar una mancha. La soltura, la dejadez, la radicalización de las ideas; someter para recuperar. Existe un perturbante tono de familiaridad entre los amenazados, pareciendo sus ideas soltadas al vacio en charla de café, a ver si a alguien le parece caminar de CU al Zócalo en un sábado soleado, tal vez (se omitió el dresscode…) vestidos todos de blanco. Pugnan por no quedarse callados para no perder, porque si se puede, (al menos gritar). Piden medidas extremas, militarización, penas inmensamente más severas (¿inmensamente?... ¿ósea, bien grandototas?), y enajenación (¿enajenación?) de bienes materiales de las personas, amigos y familiares de quienes estén ligados al crimen. Uff… vaya puntadas. Mejor digamos que las letras surgen del encono.
Sin embrago lo más preocupante es que el texto es en sí una inocente carta de presentación de un movimiento fascista que gana forma en nuestro país; es la voz de muchas voces. Es la voz que simplemente pide arrasar para arreglar las cosas. Recordemos que los comportamientos políticos de corte fascista tienen denominadores comunes: (i) preocupación obsesiva con la decadencia, (ii) cultos de unidad, energía y pureza, (iii) colaboración de la elite tradicional para lograr limpieza interna mediante el abandono de las libertades democráticas. Resulta fácil identificar esas ideas comunes en el inocente panfleto que hemos transcrito. Por sí sólo representa la exigencia existente de recuperar el país por la vía de la fuerza autoritaria. Se pide borrar con mano militar cualquier desorden. Endurecer para recuperar. Cueste lo que cueste. Y en los medios se desperdigan por allí, diariamente, ecos de lo mismo.
Ante la actual coyuntura es imperante la inteligente conducción de las voces que piden la radicalización del entorno. Recordemos que, en la mayoría de las ocasiones, son esas voces las sustentadas en el poder económico y político, y con la consecuente capacidad de influir. Recordemos que para ellas mayoritariamente se gobierna, y son ellas –principalmente—las únicas escuchadas. Exijamos entonces al Gobierno Federal mesura, frialdad e inteligencia en la toma de definiciones, aún cuando la oligarquía que lo sostiene le pida lo contrario. Exijámosle no reprimir y actuar bajo cauces estrictamente institucionales. No hacerlo sería en detrimento de los avances que en materia de derechos civiles y libertades ciudadanas ha conseguido este país a través de las décadas.
No deseo –sin embargo-- ser malinterpretado. Asumo y reconozco la seriedad de la situación, la necesidad imperante de erradicar la criminalidad, y la urgencia de contar con decisiones claras y contundentes, que acaben con la impunidad y la corrupción. Reconozco que es imperante pugnar por la estricta aplicación del Estado de Derecho, y que existan penas ejemplares.
Mi preocupación –sin embargo-- transita más en el camino de las formas. El equilibrio en nuestras libertades democráticas es línea fina que en caso de romperse terminaríamos lamentando. Reprimir acrecentaría el descontento y abrirá aún más nuestra principal herida y causa de nuestros problemas: la desigualdad. Es por ello que debemos exigir mesura, frialdad e inteligencia a quienes toman las decisiones. Porque en realidad preocupa que desde su frivolidad, y escasa capacidad, los señores que nos gobiernan sucumban por populismo y propaganda a los influjos fascistas que se escuchan, aún a sabiendas que sería un retroceso.
El texto –cuyo autor desconozco—es en sí una radiografía del país. Trasluce lo que la comentocracia denomina tejido social roto, y contiene implícita una barrera clara: ellos y nosotros. Seguramente las letras provienen de un grupo selecto y cibernético, una clase pudiente que se atreve a hablarse de tú, con la ligereza de quien pasa la servilleta por la mesa para limpiar una mancha. La soltura, la dejadez, la radicalización de las ideas; someter para recuperar. Existe un perturbante tono de familiaridad entre los amenazados, pareciendo sus ideas soltadas al vacio en charla de café, a ver si a alguien le parece caminar de CU al Zócalo en un sábado soleado, tal vez (se omitió el dresscode…) vestidos todos de blanco. Pugnan por no quedarse callados para no perder, porque si se puede, (al menos gritar). Piden medidas extremas, militarización, penas inmensamente más severas (¿inmensamente?... ¿ósea, bien grandototas?), y enajenación (¿enajenación?) de bienes materiales de las personas, amigos y familiares de quienes estén ligados al crimen. Uff… vaya puntadas. Mejor digamos que las letras surgen del encono.
Sin embrago lo más preocupante es que el texto es en sí una inocente carta de presentación de un movimiento fascista que gana forma en nuestro país; es la voz de muchas voces. Es la voz que simplemente pide arrasar para arreglar las cosas. Recordemos que los comportamientos políticos de corte fascista tienen denominadores comunes: (i) preocupación obsesiva con la decadencia, (ii) cultos de unidad, energía y pureza, (iii) colaboración de la elite tradicional para lograr limpieza interna mediante el abandono de las libertades democráticas. Resulta fácil identificar esas ideas comunes en el inocente panfleto que hemos transcrito. Por sí sólo representa la exigencia existente de recuperar el país por la vía de la fuerza autoritaria. Se pide borrar con mano militar cualquier desorden. Endurecer para recuperar. Cueste lo que cueste. Y en los medios se desperdigan por allí, diariamente, ecos de lo mismo.
Ante la actual coyuntura es imperante la inteligente conducción de las voces que piden la radicalización del entorno. Recordemos que, en la mayoría de las ocasiones, son esas voces las sustentadas en el poder económico y político, y con la consecuente capacidad de influir. Recordemos que para ellas mayoritariamente se gobierna, y son ellas –principalmente—las únicas escuchadas. Exijamos entonces al Gobierno Federal mesura, frialdad e inteligencia en la toma de definiciones, aún cuando la oligarquía que lo sostiene le pida lo contrario. Exijámosle no reprimir y actuar bajo cauces estrictamente institucionales. No hacerlo sería en detrimento de los avances que en materia de derechos civiles y libertades ciudadanas ha conseguido este país a través de las décadas.
No deseo –sin embargo-- ser malinterpretado. Asumo y reconozco la seriedad de la situación, la necesidad imperante de erradicar la criminalidad, y la urgencia de contar con decisiones claras y contundentes, que acaben con la impunidad y la corrupción. Reconozco que es imperante pugnar por la estricta aplicación del Estado de Derecho, y que existan penas ejemplares.
Mi preocupación –sin embargo-- transita más en el camino de las formas. El equilibrio en nuestras libertades democráticas es línea fina que en caso de romperse terminaríamos lamentando. Reprimir acrecentaría el descontento y abrirá aún más nuestra principal herida y causa de nuestros problemas: la desigualdad. Es por ello que debemos exigir mesura, frialdad e inteligencia a quienes toman las decisiones. Porque en realidad preocupa que desde su frivolidad, y escasa capacidad, los señores que nos gobiernan sucumban por populismo y propaganda a los influjos fascistas que se escuchan, aún a sabiendas que sería un retroceso.