Publicado en el Siglo de Torreón el 3 de agosto de 2008. Versión publicada aqui.
Y así ha sido siempre, en situaciones como esta, donde ocasionalmente ocurre quedarme solo en las noches, entre el peregrinar de las imágenes, y la sangre que no fluye a ninguna parte.
Ahora lo que me sorprendió fue un ruido verdadero y turbio y osco que pareció venir del fondo de la calle. Un golpe en el cuello y otro en la pierna --similar a una puñalada vacía en el costado. Y así fue, y aquí me tienen, tendido en la acera entre canto de lamentos, y un rechinido de llantas raudas que se fugan por la calle tercera, tal vez con el frente estropeado. Carajo… ignoro si de ésta podré salir vivo.
Es de noche y la sangre –por ahora—no fluye a ninguna parte. Todo ocurrió como zumbando, la herida aún reciente, un golpe opaco tan solo, una distorsión, y todas las ambiciones detenidas. Desde esta cama de acera los árboles parecen más mudos o tal vez más marchitos, tendido, apenas restregándome el iris, intentando horadarme aquello, moviendo los labios para sacar estas palabras, sin éxito, apenas balbuceando, sin poder hablar, ni siquiera recordando cuáles ambiciones se quedaron detenidas. Carajo… ignoro si de ésta podré salir vivo.
Por qué entonces en ocasiones –me pregunto, no encontramos descanso, no hay sitio para descansar los ojos.
Y todo esto es un fluir continuo de aferrarnos a cualquier piedra aunque nos cueste la vida, aunque ignoremos su valía, aunque fallezcamos en el intento, y apenas una sirena que ya a lo lejos se escucha, alguien llamó a la ambulancia, un circulo de caras mudas rodeándome tal vez me comparecen, o sólo esperan que cierre los ojos para robarme la cartera, para arrancarme el diente de oro que tanto me costó embutirme.
Espero hayan sido ellos los que llamaron a la ambulancia. No sé. El dolor es en el hombro. Pero también diseccionado aquello… y la pierna hecha pedazos, algo en el costado. No sé. Aquí hay focos. La noche parece llenarse de sirenas. Y aquí todo gira rápido y como queriéndose ir, tal vez los recuerdos de entonces, y todo aquello que deje por hacer viene a arremolinarse ahora. Carajo… de haber sabido que aquí acabaría… tal vez con más crudeza hubiera pensado que todo esto, al final de cuentas, no tiene ninguna importancia.
Siento que alguien me habla, que alguien me ve, o que me grita pero no lo escucho, como si tuviera que leerle los dedos. Alguien que llegó con un respirador a inmovilizarme el cuello. Alguien que grita pero no lo escucho. Siento un hilo de sangre desperdigado por alguna coladera. Sangre que fluye hacia alguna parte. E ignoro si podré continuar. Y de nuevo todo aquello que dejé de hacer viene hacia mí, a arremolinarse ahora.
Parece que ese paramédico quiere con una gasa sacarme el ojo, y lo veo, y no escucha, y las caras se alejan pidiendo aire. No sé. Simplemente se alejan así mostrándome sus espaldas, probablemente cabizbajos. Es como una premonición de todo lo ya acabado. Así debía de ser… finalmente, un antes y un después, un principio y un final, y alrededor de todo aquello un cúmulo de tiempo perdido, y un montón de cosas sin hacer entre la distracción de las preocupaciones diurnas.
Ahora lo que me sorprendió fue un ruido verdadero y turbio y osco que pareció venir del fondo de la calle. Un golpe en el cuello y otro en la pierna --similar a una puñalada vacía en el costado. Y así fue, y aquí me tienen, tendido en la acera entre canto de lamentos, y un rechinido de llantas raudas que se fugan por la calle tercera, tal vez con el frente estropeado. Carajo… ignoro si de ésta podré salir vivo.
Es de noche y la sangre –por ahora—no fluye a ninguna parte. Todo ocurrió como zumbando, la herida aún reciente, un golpe opaco tan solo, una distorsión, y todas las ambiciones detenidas. Desde esta cama de acera los árboles parecen más mudos o tal vez más marchitos, tendido, apenas restregándome el iris, intentando horadarme aquello, moviendo los labios para sacar estas palabras, sin éxito, apenas balbuceando, sin poder hablar, ni siquiera recordando cuáles ambiciones se quedaron detenidas. Carajo… ignoro si de ésta podré salir vivo.
Por qué entonces en ocasiones –me pregunto, no encontramos descanso, no hay sitio para descansar los ojos.
Y todo esto es un fluir continuo de aferrarnos a cualquier piedra aunque nos cueste la vida, aunque ignoremos su valía, aunque fallezcamos en el intento, y apenas una sirena que ya a lo lejos se escucha, alguien llamó a la ambulancia, un circulo de caras mudas rodeándome tal vez me comparecen, o sólo esperan que cierre los ojos para robarme la cartera, para arrancarme el diente de oro que tanto me costó embutirme.
Espero hayan sido ellos los que llamaron a la ambulancia. No sé. El dolor es en el hombro. Pero también diseccionado aquello… y la pierna hecha pedazos, algo en el costado. No sé. Aquí hay focos. La noche parece llenarse de sirenas. Y aquí todo gira rápido y como queriéndose ir, tal vez los recuerdos de entonces, y todo aquello que deje por hacer viene a arremolinarse ahora. Carajo… de haber sabido que aquí acabaría… tal vez con más crudeza hubiera pensado que todo esto, al final de cuentas, no tiene ninguna importancia.
Siento que alguien me habla, que alguien me ve, o que me grita pero no lo escucho, como si tuviera que leerle los dedos. Alguien que llegó con un respirador a inmovilizarme el cuello. Alguien que grita pero no lo escucho. Siento un hilo de sangre desperdigado por alguna coladera. Sangre que fluye hacia alguna parte. E ignoro si podré continuar. Y de nuevo todo aquello que dejé de hacer viene hacia mí, a arremolinarse ahora.
Parece que ese paramédico quiere con una gasa sacarme el ojo, y lo veo, y no escucha, y las caras se alejan pidiendo aire. No sé. Simplemente se alejan así mostrándome sus espaldas, probablemente cabizbajos. Es como una premonición de todo lo ya acabado. Así debía de ser… finalmente, un antes y un después, un principio y un final, y alrededor de todo aquello un cúmulo de tiempo perdido, y un montón de cosas sin hacer entre la distracción de las preocupaciones diurnas.