7.3.10

Adios a los Guetos

La vida sin sobresaltos era hija del provincianismo. La época moderna es de cambios súbitos, y la letanía de entonces se fue para siempre. Nuestras sociedades de ahora, más plurales y diversas, denotan la inserción de México a la globalidad, la creciente movilidad de personas, el incremento de la tasa de urbanización, las hondas crisis económicas, la desigualdad atroz, los vicios desde/hacia el gobierno. Nuestro entorno, como todo en el mundo, es un todo cambiante.

Vivimos ahora en ciudades en constante proceso de transformación, donde incluso nuestra propia identidad cambia, nuestra idea del yo, nuestra subjetividad. Sociedades que de pronto despiertan diferentes --no mejores, ni peores: al fin de cuentas la historia no es necesariamente un camino lineal hacia el progreso. Ciudades que experimentan dinámicas complejas, multitud de intereses que abren nuevas oportunidades económicas, opciones nuevas para discurrir socialmente en la diversidad, pero que a su vez trastocan la convivencia tradicional, vuelven retadora la gobernabilidad, desorientan el estar pacífico de todos los habitantes. En suma, realidades que vuelven complejo el estar, el entender. Ahora, el ciudadano de a pie camina nocturno y solitario, por las mismas calles con otras fachadas, por las mismas esquinas con otros ritmos, y desconcertado intenta descifrar su nuevo entorno.

Nuestros jóvenes, los ciudadanos del mañana, están en posición frágil en los esfuerzos por descifrarnos, por replantearnos. En las sociedades modernas los adolecentes flotan en dos mundos: a menudo intentan comportarse como adultos, pero también se les trata como niños. Viven entre la niñez y la edad adulta, e inmersos en un cambio que no entienden, se desorientan. Racionalizar ahora entre los jóvenes la compleja situación del país es toral, y labor familiar, eminentemente. Al margen de perspectivas particulares, considero en lo general que no debe hablárseles desde el miedo, desde la incertidumbre, con mensajes ambiguos, parciales, o desde el sillón de la penumbra mal informada. La realidad debe explicárseles con todas las letras, sus retos, vicios, pero principalmente sus oportunidades, y sus obligaciones.

¿Qué tipo de mexicanos queremos mañana? Yo los quiero preparados técnicamente para la modernidad, pero principalmente con herramientas y sensibilidad para entender y juzgar la falaz democracia que esta oligarquía nos vende. Que tengan capacidad –cuando les toque, de aportar articuladamente para cambiar el status quo. Confrontémoslos desde ahora con el país injusto. Sin cerrarles los ojos. De lo contrario estamos irremediablemente condenados a seguir como estamos.

Debo insistir en la importancia de racionalizar en nuestros jóvenes la actual coyuntura, en forma tajante, como si fuera bistec de carne fresca en la cara. De nada sirve hablar desde un norte moral nacido del ostracismo. Ni desde las ataduras pasadas, o realidades desvanecidas que ya no pueden ser. El provincialismo de sus padres ya no es el de ellos. Su madurar será más temprano. Su sonrisa tal vez más efímera. Pero así es la realidad, y los cambios sociales son una consecuencia lógica e irreversible. Esta época moderna, apenas pequeña fracción de la historia humana, ha presenciado cambios trascendentes, y el ritmo de éstos continuará acelerándose. Es vital que nuestros jóvenes estén preparados –en todos los sentidos, para leer continuamente el presente, y reencausar sus fuerzas en consecuencia. Cuanto lamento las deficiencias del sistema educativo mexicano. Una distracción, un parpadeo siquiera, y podríamos hablar de una generación perdida.

Sin embargo, no dejemos en nuestras casas que nuestros chavos se duerman. Que las bofetadas de lo que ocurre no los paralice. Insisto: saquémoslos a la calle, que convivan con el otro, que interactúen en su juventud, formativamente. Exijamos a la autoridad espacios, programas, esfuerzos para hacerlo. De lo contrario, nuestras generaciones futuras, que ahora crecen en pequeños guetos protegidos, miedosos, replegados, estarán destinadas a concebir la ciudad (a la ciudadanía en su conjunto) como una simple suma de elementos aislados, independientes, que solo se unen por las vías de los automóviles.
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