México es de realidades dispares --un mosaico hermoso, inquieto, exigente. Por ello preocupa que tratemos de orientarlo mediante propuestas reductivas, simplificadoras, que benefician a minorías, como aquéllas que pugnan por construir mayorías artificiales en el Congreso, argumentando la necesidad de un Estado eficiente.
A mi parecer dicha propuesta pone en riesgo la pluralidad del Congreso, y la vida democrática misma del país. Se pretende hacer a un lado a los distintos, a los ciudadanos imaginarios –citando a Escalante, ya que sus exigencias –y sus conductas, no pertenecen a la modernidad, no congenian con el México que queremos que sea. Se dice que la urgencia reformatoria precisa eficiencia, cambiar lo que sea necesario, hacer a un lado los obstáculos. Y cimentados en esa lógica, y con ese trasfondo, hay quienes pretenden implementar reglas que consigan una mayoría parlamentaria que acompañe al ejecutivo.
Esa mayoría parlamentaria significa menos diversidad de interlocutores, eliminación de contrapesos, y el consecuente dialogo de iguales, para que los consensos fluyan blandito. El resultismo como argumento beatificador es cortina de humo, que tiñe y engaña. Porque si nuestra lucha democrática ha sido azarosa, la contrapropuesta abona ruido a una transición tambaleante e inacabada. A mi parecer se pretenden cooptar las herramientas para que, desde una cúpula cerrada, se defina el qué, el cómo, el hacia donde futuro. Con un argumento de eficacia, de logros, al conseguir des-consiguen: esbozándose entonces el regreso a la dictadura perfecta (el baile de la nostálgica añoranza).
Con pragmatismo (¿o podríamos llamarlo cinismo?), se ha llegado al extremo de proponer que, una vez que un parlamento con mayorías avance con las reformas estructurales, la ciudadanía pueda optar por regresar a la normalidad pluralista (decidir, en elecciones intermedias, una conformación parlamentaria distinta). Es decir: se cierra la puerta ahora a los que estorban, y se ofrece la posibilidad de abrirla después, una vez que se haya decidido lo importante. Una sobada de lomo para que se estén tranquilos. La propuesta denota un crudo claudicar a priori, la aceptación expresa de que en la actual coyuntura es improbable la negociación política exitosa: las puertas están cerradas: los puentes quemados: nada más por hacer para la reactivación, salvo el retroceder democrático. Y así, quienes se visualizan detentando el poder en el futuro, quieren solucionar, con parches a la medida, la circunstancia del Congreso empantanado. Darle la vuelta al tema sin atacar el centro, que significa un análisis a conciencia de las causas de la parálisis.
Ante la situación actual, ante las voces que piden mayoría a costa de pluralismo, vale cuestionarnos el origen de nuestra parálisis. No creo que gobernabilidad signifique legislaciones aprobadas, sino congruencia entre mayorías institucionales y mayorías sociales, debate abierto, consenso en lo posible. No se está pudiendo conversar en México. Los golpes contra el pluralismo van de la mano del resquebrajamiento y desprestigio de la izquierda mexicana, de todos aquellos que defienden otro tipo de causas. Denostados y desprestigiados, la campaña mediática desplaza al rijoso, al distinto, a las otras voces. Un gran drama de este país es que algunas clases consideren naco al diputado de la camisa amarilla. Viéndonos a distinta altura nunca conversar podremos. De allí la intención tan burda y pragmática de borrar democracia, para tomar las decisiones solos.
A mi parecer dicha propuesta pone en riesgo la pluralidad del Congreso, y la vida democrática misma del país. Se pretende hacer a un lado a los distintos, a los ciudadanos imaginarios –citando a Escalante, ya que sus exigencias –y sus conductas, no pertenecen a la modernidad, no congenian con el México que queremos que sea. Se dice que la urgencia reformatoria precisa eficiencia, cambiar lo que sea necesario, hacer a un lado los obstáculos. Y cimentados en esa lógica, y con ese trasfondo, hay quienes pretenden implementar reglas que consigan una mayoría parlamentaria que acompañe al ejecutivo.
Esa mayoría parlamentaria significa menos diversidad de interlocutores, eliminación de contrapesos, y el consecuente dialogo de iguales, para que los consensos fluyan blandito. El resultismo como argumento beatificador es cortina de humo, que tiñe y engaña. Porque si nuestra lucha democrática ha sido azarosa, la contrapropuesta abona ruido a una transición tambaleante e inacabada. A mi parecer se pretenden cooptar las herramientas para que, desde una cúpula cerrada, se defina el qué, el cómo, el hacia donde futuro. Con un argumento de eficacia, de logros, al conseguir des-consiguen: esbozándose entonces el regreso a la dictadura perfecta (el baile de la nostálgica añoranza).
Con pragmatismo (¿o podríamos llamarlo cinismo?), se ha llegado al extremo de proponer que, una vez que un parlamento con mayorías avance con las reformas estructurales, la ciudadanía pueda optar por regresar a la normalidad pluralista (decidir, en elecciones intermedias, una conformación parlamentaria distinta). Es decir: se cierra la puerta ahora a los que estorban, y se ofrece la posibilidad de abrirla después, una vez que se haya decidido lo importante. Una sobada de lomo para que se estén tranquilos. La propuesta denota un crudo claudicar a priori, la aceptación expresa de que en la actual coyuntura es improbable la negociación política exitosa: las puertas están cerradas: los puentes quemados: nada más por hacer para la reactivación, salvo el retroceder democrático. Y así, quienes se visualizan detentando el poder en el futuro, quieren solucionar, con parches a la medida, la circunstancia del Congreso empantanado. Darle la vuelta al tema sin atacar el centro, que significa un análisis a conciencia de las causas de la parálisis.
Ante la situación actual, ante las voces que piden mayoría a costa de pluralismo, vale cuestionarnos el origen de nuestra parálisis. No creo que gobernabilidad signifique legislaciones aprobadas, sino congruencia entre mayorías institucionales y mayorías sociales, debate abierto, consenso en lo posible. No se está pudiendo conversar en México. Los golpes contra el pluralismo van de la mano del resquebrajamiento y desprestigio de la izquierda mexicana, de todos aquellos que defienden otro tipo de causas. Denostados y desprestigiados, la campaña mediática desplaza al rijoso, al distinto, a las otras voces. Un gran drama de este país es que algunas clases consideren naco al diputado de la camisa amarilla. Viéndonos a distinta altura nunca conversar podremos. De allí la intención tan burda y pragmática de borrar democracia, para tomar las decisiones solos.