Brad vivía en los suburbios con su mujer y era amigo de los tres. Cyntia quería echarse al plato a Charlie, pero él se hacia el despistado. Yo quería tirarme a Cyntia, aunque no me diera entrada. Con Charlie yo no tenía onda. Cyntia consideraba a Brad como el mejor de sus amigos, contándole incluso las intimidades que él desembuchaba al ritmo del tercer escocés.
"Te voy a dar un consejo antes que ella llegue" -- decía, señalándome la frente con el dedo índice: "ponla peda". Después se reclinaba en la silla carcajeándose, agarrándose el bulto. Lo veía cerrar los ojos. Lo veía que a la punta de sus dedos, cual si fuera pulpa de guayaba aguada, le aplicaba un largo lengüetazo agudo. Luego se reincorporaba aliviado. Y de hidalgo se embutía el escocés sobrante.
Chale --pensé. Que personaje.
"Te voy a dar un consejo antes que ella llegue" -- decía, señalándome la frente con el dedo índice: "ponla peda". Después se reclinaba en la silla carcajeándose, agarrándose el bulto. Lo veía cerrar los ojos. Lo veía que a la punta de sus dedos, cual si fuera pulpa de guayaba aguada, le aplicaba un largo lengüetazo agudo. Luego se reincorporaba aliviado. Y de hidalgo se embutía el escocés sobrante.
Chale --pensé. Que personaje.
Charlie era amigo de la infancia de Brad. Tenía la greña larga, y por sus sueños de rock star, despertaba en ella el interés de los que viven al borde. Brad decía que sin billete no era competencia. Cyntia era mi vecina de oficina y era de Brasil. La oficina de Brad estaba en una esquina, al final de un largo pasillo. A ella la escuchábamos llegar tarde taconeando, pintándose los labios en la oficina con su breve espejo. Sabíamos de sus prisas perennes, y coincidíamos que esa flaca huesuda tenía algo. No exactamente su caminar de gacela del que se oían rumores. Tenía algo así como un balancearse despreocupado de espalda rojiza que parecía tormenta, además de un par de melones dignos de elogio, lo que ella evidentemente sabia y presumía con botón desabrochado. Pecas y toda la cosa.
Brad ayudaba a Charlie con sus cuestiones legales. La semana pasada habíamos ido a verlo tocar en un lugar de banqueta rota, de cabezas balanceándose sudorosas y de Cyntia, que desde su camisa sin mangas levantaba rítmica los brazos, dejando ver sus axilas, también sudorosas. Charlie sabía estar en el escenario. Cantaba bien pero hasta allí. No diré mas cosas para que no me piensen envidioso.
El caso es que a ritmo del cuarto escocés, entró Cyntia sacudiendo el paraguas. Acicalándose apresurada le pidió al mesero una botellita de agua. Brad interrumpió la pretensión con un ademan. Le dijo que no, que definitivamente no. Que en esta ocasión la se-ño-ri-ta quería paliar su sed "y las presiones de su extenuante trabajo" con un Gyn Tonic, y que a él lo iban a perdonar por lo vulgar de su lenguaje, pero quien no gozaba de cosquilleo en la entrepierna, después de un Gyn Tonic post laboral, era porque carecía de fervor o porque estaba muerto.
Cyntia accedió mas para evitar discusiones que por cualquier otra cosa. La vi viendo junto a mí el fondo del bar, donde una pareja discutía. La escuche distraída contestarle a Brad algunas cosas de trabajo. La vi recibir su vaso rebosante, con el twist de limón flotando encima de los hielos. La vi agarrar, apenas con las yemas, el curvilíneo trozo verde amazona intenso. Y, recordando la pulpa de guayaba aguada, la vi mordisquearlo lentamente.
Por los linderos del quinto escocés llego Charlie, a entregarle a Brad unos papeles. El bar era de madera antigua, las ventanas estaban abiertas y la pareja se había movido de lugar, porque la lluvia entraba y le había mojado el bolso. Brad hizo otro ademan abrupto. Dijo algo así como que se le iban a llenar de alcohol los papeles. Hablo de descortesía, de folders rojos que lo exaltaban, de que los clientes lo molestaban hasta en la tarde del viernes. Mejor jálate una silla y coordínate un chupirul, "coordínate un chipirul mi Charlie, no ves que excelente compañía" --le dijo, mientras alargaba el brazo para tocar el hombro brillante de Cyntia, huesudo y firme.
Charie entonces, medio riendo, pidió una Samuel Adams obscura, y se sentó a mi lado izquierdo.
--¿Porqué no te dedicas mejor a componer? --le pregunté. Y dejas de preocuparte por lo que todavía no existe. Quieres ser gran artista. Pero la cotidianidad te está arrastrando a terminar siendo nada.
--La vida real está aquí --reviró, y aunque me dan pereza enorme esos temas legales debo protegerme.
--Tienes grandes sueños --le dije. Pero yo creo que querer hacer arte y en paralelo preocuparte por lo legal y monetario, es en sí una contradicción.
-- No, no me malinterpretes. No estoy diciendo que no seas de verdad, o que tu música no sea de verdad.
-- Por lo menos tengo pantalones para hacer algo diferente.
Tal vez ambos pensábamos que no nos escuchaban, porque distraídos estaban con su conversación privada. Pero de pronto Brad se levantó. “¿Ustedes creen que una cosa este peleada con la otra?”
“No, no se levanten que nos estamos yendo.” –dijo, mientras con un gesto sujetaba la mano de Cyntia que sonriendo se incorporaba. “He dejado todo pagado. Quédate con los papeles que no quiero perderlos; además dos boletos filas centrales de Turandot, y una mujer hermosa al brazo, no combinan con un folder rojo.”
Los vimos con prisas abordar el taxi bajo la lluvia. La noche era aun joven y más oscura. Tal vez entonces caímos en cuenta que no recordábamos –o más bien no sabíamos, del tipo de idealismos que estábamos discutiendo. Si es que acaso existen.