Carajo -pensé, vaya calle oscura y sucia. Ningún alma. Solo algunos árboles terrosos.
Buscando compañía prendí la radio, y esa voz de locutor, gangosa y garraspeada, con ecos campaneó al interior del auto. Me molestó de inicio su arrastre de las erres, tanto que presioné el botón, casi golpeándolo. Para mi sorpresa, la otra estación se peinaba con su copete relamido, y también en el AM mostraban su concurso de garganta. Busqué otra sintonía a la izquierda, o cinco señales al frente: y siempre su voz ronca en todas las estaciones: "si tu..., nocturno: acompáñame, siénteme dentro de tu auto, este es tu spa: yo soy tu copiloto".
Carajo -pensé, este totalitarismo sí que va en serio.
De pronto el semáforo se puso en verde, mientras él hablaba del clima: acelere. Mi nave era metálica y las calles se alargaban: túnel oscuro tapiado por su sonsonete modulado, sueño de publicista gubernamental que aleccionando arrullaba. Algo dijo de la colección de pashminas de la primera dama, y de su buen gusto; algo de la declaración del procurador, que confirmó en definitiva la muerte accidental de esa niña en el colchón; algo de los índices optimistas de crecimiento para el cierre del año; de los resultados de futbol, obviamente, y de las actividades del presidente, que había sido recibido con honores inusuales por su homólogo en el extranjero. Su coco-wash era embrutecedor: el país iba bien: la contención para que la prole no explote en su miseria diaria.
Precisamente su voz moldeaba un discurso superfluo: como hablándole a un pueblo oculto e ignorante, asustado, escondido, la calle vacía, los arboles terrosos. Una calle recta de kilómetros extensos, un lineal trayecto que contrastaba con un mensaje disperso y desconcertante, con tintes de miedo que ya la media noche alcanzaba, el recuento de los operativos y los muertos en los estados fronterizos, los indicadores concretos de la guerra que vamos ganando, y la voz de nuevo –garraspeante, con su colofón de gloria: "no te me vayas..., no te alejes..., siénteme a tu lado, este es tu spa: yo soy tu copiloto".
Mierda –pensé, que buen trip.
Y estuve cerca de golpear el botón y apagar su discurso, más el morbo me contuvo–obviamente: ¿Cuál cosa es más eficiente para mantenernos quietos?
Permanecí escuchando porque ahora hablaba algo de la madre de esa niña, que según esto le prestaba las nachas al entrenador de su gimnasio. Y así me quede enganchado, tamaño error. Porque después mencionó de nuevo sobre las órdenes gubernamentales de no salir a la calle. Del toque de queda. Del riesgo existente ante los grupos represores, y eso lo repitió, frente a una luz amarilla centellante y una luz roja, en la cual tuve que detenerme. Algo escuché que dijo sobre unas caras escondiéndose detrás de los árboles. Vi una torreta amplia y dos rifles que irrumpieron a mi izquierda, con cachas de plástico, sacándome de las greñas del auto, mientras esa voz ronca, que ahora tenía tintes cínicos, hablaba de tu propia historia, de esa que no veras y que tendrá que suceder junto a la violación del yo, porque ahora solamente tienes en tus ojos una oscuridad de capucha negra.
Entonces tratas de acordarte de las curvas. Tratas de identificar los sonidos, algo que te indique el camino, que te permita reconocer el dónde. Te desorientaras, sin embargo. Solo habrá un largo camino, una terracería, unos ladridos lejanos, y la respiración cercana del frio cañón de un arma de fuego. Tratas de adivinar las voces. Caminas unos metros, bajas una escalera, te desnudan a la fuerza, y en una cama de fierros comienzas a recibir un corto circuito en los genitales. Sabes ahora que es cierto, y sabes cómo duele eso, de lo que siempre te hablaron. Ahora te hace sentido la posibilidad de infertilidad. Un molinete de dolor te acupuntura las bolijas, y un alfiler caliente te entra por el orificio de la orina. De pronto, un mazo de nudillos sacude el bolso donde tu cabeza se guarda, un impacto sorpresivo, que la nariz te rompe en pedazos.
Carajo –piensas apagando el radio. Mejor me estaciono y me acuesto y me guardo. Aquí no se puede ni vivir tranquilo.
Actualidad
(3)
Creación
(3)
Microcuento
(3)
Politica
(3)
Cortazar
(2)
Mexico
(2)
Chile
(1)
Fotografia
(1)
Planeación Urbana
(1)