Se rompió Camilo la jeta en la banqueta y cuando fue a casa del vecino su diente era una piedra de cal en medio de un charco.
Al leer la línea anterior pienso que me gustaría continuar con la historia del diente evitando cualquier eufemismo, crema en los tacos o caer en la trampa. Continuar lineal y directo al grano del riatazo. Más alguien nos acostumbró a abordar la página blanca con una solemnidad absurda. Supongo que fueron los soberbios y su voz plena de irrealidades. Esos que obligan a fingir y continuar con la historia, porque en la madrugada –por ejemplo— los encuentros fortuitos y las plazoletas “parecen adormecidas no queriendo aún despertar”. Un montón de palabrotas con tono de alfombra peluda en biblioteca clásica. Absurdo pensar que la plaza cierra los ojitos adormecida y que por ella camina Camilo antes de tropezar y romperse la jeta. Da risa releer los párrafos anteriores, las páginas viejas de hace semanas, y encontrar en ellas que siempre el montón de prefijos es crema blancuzca sobre los tacos duros.
Por eso me gusta Paul Auster. Nada como el ir y venir de ese monstruo, y su despacito picar piedra sabroso. Uno se pone a hojear sus libros (Trilogía de Nueva York, por ejemplo, o el guion de Smoke) y tranquilo, sin adjetivos excesivos formando las imágenes, tranquilón mi Paul solamente fluyendo palabra a palabra con precisión que da miedo, como aquellos batidos que luego se licuaron bien y caen sin raspar la garganta. Así es como debería ser. Al fin de cuentas la intención del lúdico estar y soñar es aminorar la carga y... (carajo) Creo que ya saque a relucir el cobre: “la carga se aminora desde el lúdico soñar”. ¿Qué carajos quiere decir eso?... ¡Payasadas a otro lado muchacho! Recoja su diente y póngaselo al ratón, dele patadas a la banqueta y regrésese a su jacal a llorar en las faldas de mami.
La reprimenda es cierta y viene al caso. El lenguaje diario es otro, y las luchas son otras, como para además llegar a la librería, hojear algunas primeras páginas, y sólo encontrar palabras rancias y formalidades excesivas, tonos que falsean la esencia... “tonos falseando la esencia” ¿De nueva cuenta? ¡¿Qué carajos quiere decir eso, muchacho?! ¿Cuáles tonos, que falsean, que esencia? ¡Ya párele, párele, estese tranquilo, y lléguele a llorar en las faldas de mami! ¡A otro lado con la crema!
Pero es cierto. Alrededor de todo esto siempre hay un tono falso que tiene tintes de traición interior, y en ocasiones es complicado estar atentos a su presencia insondeable. Y eso ocurre todos los días. Basta levantar el teléfono al cliente en turno o quedarse quieto por miedo a perder un hueso. Hay una hipocresía latente y perversa y permanente, donde el actuar –y las palabras como principal medio de comunicación-- es máscara, bálsamo, certificado en búsqueda de la profundidad que nos permita salir (o acceder) a las cavernas.
Así estamos todos los días. Escribiendo en otro tono y falseando letras y excusas y etcéteras. Camilo llegará a contar mentiras de su “infortunado accidente”, y recibirá alguna caricia en la nuca y centavos extras por aquello del dulce que aminora el trago amargo. La conveniencia de mentir a exponer la torpeza. Que fluya la soberbia por encima de todo. La ambición de figurar sobre cualquier otra cosa. Buscar aprobación aunque sea pagando el precio del tono falso. Escribir para que los otros asienten con rostro enjuto detrás de la espalda.
Tan sencillo que sería decir que el pobre de Camilo caminaba leyendo, maldito error, y que fue una raíz la que causo el tropiezo y le rompió la jeta. Rompiendo así las dinámicas culturales que se niegan a ceder el paso. Picar piedra lentamente. Aunque al leer los párrafos anteriores desconcierte caer en cuenta que de nuevo dichas dinámicas se han impuesto. Carajo. Será otro día. Habrá que limpiar más la alfombra hasta dejarla blanca y tratar de empezar.