(Publicado en El Siglo de Torreón el 9 de marzo de 2008. Versión original aqui).
Hace cerca de un año corrieron del trabajo a un buen amigo. Sin justificación alguna y así de simple, la estampa del firmazo concluyente sin que hubiera motivos. La decisión de los mandos medios de cerrar su división derivó en su inutilidad y a la calle, donde todo ha cambiado. Entre su mirada de otros días y la de ahora hay un abismo, porque no solamente le han quitado la quincena, sino que le han arrancado el orgullo y le han pisoteado la confianza. Hace días, cuando conversamos, en una terraza soleada al borde de un jardín, brillaron los silencios por su abundancia. Ensimismándose interrumpía la plática, volteando los ojos a los árboles del patio, y en su iluminada cara sobresalía la oreja cual pellejo guango de venas rojizas.
Su desmoronamiento paulatino es reflejo de los efectos del orgullo pisoteado. Después de quedarse en la calle hubo extensas jornadas de filas en ferias de empleo, el dinero menguando, las carencias en casa que derivaron en divorcio, los niños ya no más, algo de alcohol, y ese tipo de cosas. Lamentables realmente las consecuencias que acompañaban una decisión utilitaria (aunque entendible) de cerrar una división por aquello de los ahorros, sin que importe en absoluto cualquier otra cosa. La confirmación de que al final de cuentas somos un número de fácil remplazo, y que en esta jungla se precisa luchar agarrado de la liana y aferrarse a la chuleta cueste lo que cueste.
Este año el óscar de mejor película fue para “No Country for Old Man” de los hermanos Coen; “Sin Lugar para Débiles” en español, nombre más afortunado, por cierto, que la traducción literal que pudiera haber existido, confirmándose con la excepción la regla. Intentaré no desviarme de la historia de mi amigo, pero creo en términos generales que existe un contacto. La película es una historia lineal de violencia sin fin, de drama que estruja, donde el hueco en el estomago está desde el primer minuto, y donde la muerte no se detiene al ritmo de la ambición y del poder detrás del dinero. El utilitarismo no tiene segundas vueltas o corazón que tentarse. El asesino dispara justo a la frente con pulso firme; la división de mi amigo cierra y sin pensarlo le cortan la cabeza. El hombre, desubicado, simplemente vuelve los ojos como cuando sobre el hombro nos llama una palmada.
Al final de No Country for Old Man, el personaje de Ed Tom Bell (Tommy Lee Jones) cuenta a su esposa que soñó con su padre alumbrando con una antorcha un camino en la obscuridad. La película termina cuando despierta del sueño, más la imagen queda allí, un camino rodeado de obscuridad donde estamos lejos de entender la locura que hay alrededor, y donde la confusión inunda ante la cruda realidad del mundo que no se detiene con sus latigazos replicantes. No hay control de lo que viene en el camino. Nosotros, los hombres, atónitos y frágiles, somos la imagen que voltea los ojos en ese poema inmortal de Cesar Vallejo “Los Heraldos Negros”.
El poeta peruano habla de los Golpes de la vida tan fuertes, yo no se. Y su poema transcurre lineal hablando de lo trágico que pudiere suceder, de sorpresas o cosas incontroladas, y de la fragilidad del hombre ante ellas. Ante esos golpes, dice Vallejo: “el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;vuelve los ojos locos, y todo lo vividose empoza, como charco de culpa, en la mirada.”
En ocasiones siento que en realidad así es todo esto. Los golpes que se repiten, y una antorcha, y un camino de obscuridad donde avanzamos con piel flagelada, sin remedio, esperando por lo menos que no se difuminen las migajas del entusiasmo. Mi amigo, por su parte, allí sigue, luchando como todos, tratando de soportar los golpes que la obscuridad ha decidió lanzarle, y esperando encontrar un rellano apacible (y tal vez imposible) que le permita caminar algunos pasos en línea recta.
Hace cerca de un año corrieron del trabajo a un buen amigo. Sin justificación alguna y así de simple, la estampa del firmazo concluyente sin que hubiera motivos. La decisión de los mandos medios de cerrar su división derivó en su inutilidad y a la calle, donde todo ha cambiado. Entre su mirada de otros días y la de ahora hay un abismo, porque no solamente le han quitado la quincena, sino que le han arrancado el orgullo y le han pisoteado la confianza. Hace días, cuando conversamos, en una terraza soleada al borde de un jardín, brillaron los silencios por su abundancia. Ensimismándose interrumpía la plática, volteando los ojos a los árboles del patio, y en su iluminada cara sobresalía la oreja cual pellejo guango de venas rojizas.
Su desmoronamiento paulatino es reflejo de los efectos del orgullo pisoteado. Después de quedarse en la calle hubo extensas jornadas de filas en ferias de empleo, el dinero menguando, las carencias en casa que derivaron en divorcio, los niños ya no más, algo de alcohol, y ese tipo de cosas. Lamentables realmente las consecuencias que acompañaban una decisión utilitaria (aunque entendible) de cerrar una división por aquello de los ahorros, sin que importe en absoluto cualquier otra cosa. La confirmación de que al final de cuentas somos un número de fácil remplazo, y que en esta jungla se precisa luchar agarrado de la liana y aferrarse a la chuleta cueste lo que cueste.
Este año el óscar de mejor película fue para “No Country for Old Man” de los hermanos Coen; “Sin Lugar para Débiles” en español, nombre más afortunado, por cierto, que la traducción literal que pudiera haber existido, confirmándose con la excepción la regla. Intentaré no desviarme de la historia de mi amigo, pero creo en términos generales que existe un contacto. La película es una historia lineal de violencia sin fin, de drama que estruja, donde el hueco en el estomago está desde el primer minuto, y donde la muerte no se detiene al ritmo de la ambición y del poder detrás del dinero. El utilitarismo no tiene segundas vueltas o corazón que tentarse. El asesino dispara justo a la frente con pulso firme; la división de mi amigo cierra y sin pensarlo le cortan la cabeza. El hombre, desubicado, simplemente vuelve los ojos como cuando sobre el hombro nos llama una palmada.
Al final de No Country for Old Man, el personaje de Ed Tom Bell (Tommy Lee Jones) cuenta a su esposa que soñó con su padre alumbrando con una antorcha un camino en la obscuridad. La película termina cuando despierta del sueño, más la imagen queda allí, un camino rodeado de obscuridad donde estamos lejos de entender la locura que hay alrededor, y donde la confusión inunda ante la cruda realidad del mundo que no se detiene con sus latigazos replicantes. No hay control de lo que viene en el camino. Nosotros, los hombres, atónitos y frágiles, somos la imagen que voltea los ojos en ese poema inmortal de Cesar Vallejo “Los Heraldos Negros”.
El poeta peruano habla de los Golpes de la vida tan fuertes, yo no se. Y su poema transcurre lineal hablando de lo trágico que pudiere suceder, de sorpresas o cosas incontroladas, y de la fragilidad del hombre ante ellas. Ante esos golpes, dice Vallejo: “el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;vuelve los ojos locos, y todo lo vividose empoza, como charco de culpa, en la mirada.”
En ocasiones siento que en realidad así es todo esto. Los golpes que se repiten, y una antorcha, y un camino de obscuridad donde avanzamos con piel flagelada, sin remedio, esperando por lo menos que no se difuminen las migajas del entusiasmo. Mi amigo, por su parte, allí sigue, luchando como todos, tratando de soportar los golpes que la obscuridad ha decidió lanzarle, y esperando encontrar un rellano apacible (y tal vez imposible) que le permita caminar algunos pasos en línea recta.